|
Cuando se alarga la lengua
por Marcelo Ostria Trigo (Perfil)
|
|
|
Muchos se deleitan oyéndose a sí mismos. Son políticos, charlistas, disertantes, conversadores y hasta diletantes que se extienden sin medida. Sus chácharas son tediosas y, con razón, se pierde el hilo del discurso o mensaje de quien se alarga con empeño, para competir en longitud antes que en calidad.
No conozco -debe haberlos- estudios sobre la tendencia a la verborrea, o sea sobre la propensión de decir, en horas, lo que puede trasmitirse en minutos; claro está que me refiero a los políticos, a los que procuran mostrarse como conductores esclarecidos de sus pueblos.
Nunca pude, lo confieso, seguir con atención, las dos, tres y hasta cuatro tediosas horas de peroratas de Fidel Castro. Me fatigaban sus circunloquios, sus ataques reiterados en mil formas, sus incitativas kilométricas a defender la revolución, sus llamados para seguir la conducta revolucionaria, su obsesión anti norteamericana, y sus extensas explicaciones sobre diversos temas, varios fuera de su formación y conocimientos.
Los émulos no se hicieron esperar, principalmente en América Latina. Y no se escapó don Evo, cuando el año pasado, en un mensaje al congreso aburrió a todos –algunos durmieron en sus curules- y habló abigarradamente de obras, de proyectos, de leyes y de la constitución, de instituciones, de transformaciones, de caminos y de telecomunicaciones, de finanzas y de comercio exterior, de culturas “originarias”, de política de la coca, de indicadores económicos, etc. etc. en unas tres horas insufribles para los que tenían la obligación de soportarlo. Yo, tuve la fortuna de hacer click en mi televisor, y dedicarme a ver un programa “enlatado”.
Pero el que ya se lleva el primer premio, pues él no espera actos de masas como los de La Habana, ni mensajes al congreso como del presidente de Bolivia, es el pintoresco Hugo Chávez Frías. Cada domingo, en un programa de radio (Aló, presidente…) durante horas saca a relucir su mala onda, sus obsesiones, sus frustraciones, su agresividad, y aun sus groserías de las que se ufana.
Ayer, 31 de agosto de 2008, Chávez se largó con uno de sus despropósitos, mal dichos, por supuesto. BBC Mundo (01.09.2008), desde Caracas da cuenta que, con prepotencia, Chávez dijo: "Al embajador de los Estados Unidos en Caracas (Patrick Duddy) yo le recomiendo que guarde sus palabras, no vamos a aceptar injerencias, embajador, en asuntos internos; si usted viola los convenios internacionales tendría que irse de este país, no aceptaríamos irrespetos, tendría que agarrar sus maletas y marcharse de Venezuela". El sábado, el embajador Duddy se había lamentado de que "los narcotraficantes están aprovechando la brecha que existe entre los dos gobiernos. Se burlan de nosotros mientras estamos metidos en otras discusiones”.
A Chávez no le faltó la grosería: "A lo mejor en el baño de su oficina hay una siembra de marihuana. Vaya y vea debajo de la poceta (inodoro), revise a ver", dijo Chávez dirigiéndose al director de la Oficina Nacional de Políticas para el Control de Drogas de Estados Unidos, John P. Walter.
Chávez no se da cuenta que es el jefe de un Estado, el de la Venezuela entrañable y ahora sufrida. Buscar predominio en la palabra, buscar pleitos internacionales innecesarios, intervenir en asuntos de otros países en procura de una imposible “revolución bolivariana del socialismo del siglo XXI” que se inventó para él, no es un buen manejo del gobierno, cuyo objetivo debería ser trabajar por el futuro de su país; “sembrar el petróleo” para asegurar la prosperidad de Venezuela. La palabra amarga, no construye ni tiende puentes para el entendimiento. Sólo separa y crea abismos.
¡Cuánta belleza pueden darnos las palabras; pero, a la vez, cuántos daños producen las mal dichas y las mal intencionadas!
» Arriba
|