Una moneda común
por Narciso Guaramato Parra
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Definitivamente hay personas que no toman en serio los fundamentos de la teoría económica, incluso creen que es un asunto de moda. Esto es posible porque normalmente los que toman las decisiones de política económica, por su situación privilegiada, no sufren las consecuencias de sus decisiones mal tomadas. Este comentario es motivado por lo que escuche en días pasados de boca de dos presidentes Latinoamericanos. Ambos anunciaban la pronta puesta en marcha de una moneda común.
Primeramente fue el trueque, luego las monedas comunales y ahora la moneda común. Los economistas que se califican de monetaristas, deben sentir un dolor de estómago profundo. Dirán ellos, ¿es que no se han dado cuenta el tiempo que tardaron los países europeos, en implementar el Euro?. ¿Será que ignoran lo que significa una moneda común?.
En primer lugar hay que indicar que tener una moneda común es perder la soberanía monetaria, ya que obligatoriamente se debe crear una institución supranacional (por encima de la nación), como sería el caso de un Banco Central Andino o Suramericano o Latinoamericano, en donde los países son solamente un socio y las decisiones de política económica se deben tomar en consenso entre los representantes de los países miembros.
En segundo lugar, las naciones, y esto es lo más complicado, deben poseer economías similares, es decir, una productividad de los factores similar, un desempeño fiscal parecido y sobre todo un comportamiento igual de los precios.
Supongamos el caso de dos países A y B, el país A ha realizados grandes esfuerzos para mejorar su economía. Realizó grandes inversiones en mejorar la tecnología, y sobre todo invirtió considerablemente en la educación técnica, con lo cual ha aumentado el número de mecánicos especializados, ingenieros, etc. mejorando la productividad de sus factores productivos. Igualmente A, tomó decisiones muy fuertes en materia fiscal, a fin de lograr un equilibrio presupuestario, lo que ha fortalecido a sus instituciones, al sector privado y sobre todo a su moneda al lograr que la variación de los precios este por debajo de, supongamos, un 3%.
En cambio el país B es de una opinión distinta en materia económica, donde sus dirigentes se han dedicado a fortalecer el papel del estado, aumentando los niveles de gasto público, incurriendo en sucesivos déficits. Enfrentándose constantemente al sector privado, limitando cada día más su radio de acción a través de regulaciones y competencia directa en los mercados. Invirtiendo en educación pero no con la finalidad de aumentar la productividad de la industria, sino para mejorar la calidad de la opinión pública auspiciando que se gradúen economistas sociales, periodistas sociales, médicos sociales, etc. Todas estas medidas han conducido que el país B tenga una de las tasas más elevadas de inflación de la región.
Ahora supongamos que la moneda que tiene en sus manos puede comprar tanto en el país A como en el B, sin tener que tomar en cuenta ese tan odioso llamado tipo de cambio. Ella es aceptada por igual en los dos países. Le pregunto ¿donde comprará usted?, le apuesto doble a nada (creo que así se dice) a que usted irá al país A a realizar sus compras al igual que muchos.
Esta situación generaría una bonanza en el país A y una fuerte contracción en B. Crecería el número de empresas en A y disminuiría en B, la población de A tendrá mayores oportunidades de trabajo, y los de B menos. Claro está, el gobierno de B le echará la culpa a los empresarios de B. Todo el mundo querrá irse al país A a vivir y trabajar.
La moraleja de todo lo anterior es que antes de pensar en una moneda común hay que tomar las medidas necesarias para fortalecer la economía y llevarlas a niveles similares a los que tiene los países con los cuales se quiere unificar. Hay una expresión utilizada en gerencia que viene como anillo al dedo, “step by step”, la integración económica hay que realizarla “paso por paso”.
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Fuente: Fundación Atlas 1853 |
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