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Año V Nro. 324 - Uruguay, 06 de febrero del 2009   
 

Visión Marítima

historia paralela

 

El orden mundial no americano
por Arshin Adib-Moghaddam

 
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Más allá de toda la euforia que la elección de Obama ha desencadenado, un sobrio análisis de la política internacional contemporánea demuestra que estamos viviendo en un orden mundial no americano.

         (Desde Londres) Los títulos de algunas de las recientes obras de la mayor parte de las publicaciones en Estados Unidos y Europa, como Capitalism at Bay (The Economist), The Age of Nonpolarity (por Richard Haass en Foreign Affairs) y America’s Hard Sell (Foreign Policy) demuestran una tendencia prevista por muchos supuestos disidentes intelectuales desde hace mucho tiempo: el fin del momento de la transición unipolar en los asuntos internacionales.

Del malvado imperio a un nuevo siglo americano

         Hace casi dos décadas, muchos analistas de inclinación neoconservadora se sumieron en la euforia desatada por la caída de la Unión Soviética, para más tarde perder su racionalidad. Todo un ámbito de incondicionales políticos de la derecha y comentaristas se convencieron de que el final del malvado imperio anunciaba una nueva era de primacía americana. El ganador del premio Pulitzer Charles Krauthammer expresó casuísticamente los sentimientos de muchos partidarios de la misión especial de Estados Unidos en los asuntos internacionales: concibió que el mundo había entrado en el momento unipolar en 1991. “En otras palabras, después de la caída de la Unión Soviética, se creyó que Estados Unidos era el único polo globalmente dominante en el sistema internacional. Krauthammer revisó su tesis tras los atentados terroristas en Estados Unidos en septiembre de 2001: La historia le ha dado un imperio, si lo mantiene.

         El discurso se complementó con organización institucional, como por ejemplo, el Proyecto para un nuevo siglo americano, que efectivamente reunió a los protagonistas del proyecto imperial de América, incluyendo a los partidarios más radicales e ideológicamente conducidos de las guerras de Irak y Afganistán: Paul Wolfowitz, Richard Perle y Donald Rumsfeld. Que estos tres ardientes defensores del catastrófico proyecto neoconservador sean ahora los fugitivos más prominentes es un indicativo, a mi juicio, de la desintegración de su discurso neoimperial. De muchos modos, su sueño de un nuevo siglo americano ha sido enterrado en las trincheras de Irak y Afganistan y en los calabozos de Abu Ghraib y Guantánamo. El presidente Obama está ocupado recuperando lo que es la izquierda del sello estadounidense, prudentemente reempaquetando lo que significa ser el líder del mundo libre en un sistema internacional que ya no sucumbe necesariamente a este tipo de retórica.

Un orden mundial no americano

         Yendo más allá de toda la euforia que la elección de Obama ha desencadenado, un sobrio análisis de la política internacional contemporánea demuestra que estamos viviendo en un orden mundial no americano. No necesitamos el reciente informe de las agencias de inteligencia estadounidenses titulado Tendencias Globales 2025: Un mundo transformado, el cual tentativamente señala para sostener tal hecho que el país está perdiendo su exaltada posición en relación a otros poderes: principalmente India, China y Rusia.

         Todo ello puede inferirse a partir de la revisión de los principales acontecimientos en política mundial durante la última década: la imposibilidad de integrar a Rusia en la OTAN determinó la estructura de seguridad en el Este de Europa, lo que una vez más enfrentó al país contra la alianza occidental, la cual no ha considerado necesario redefinir la lógica de la Guerra Fría y la razón de ser del buque insignia de su organización militar; el fracaso en diseño de un mandato de seguridad viable en Afganistán, que ha llevado al resurgimiento de los talibanes y ha forzado al presidente afgano Hamid Karzai a proponer negociar con Mullah Omar, el líder fugitivo de los talibanes que forjó una próxima alianza con Al Qaeda y Osama bin Laden cuando estaba en el poder, previamente a la invasión de Estados Unidos en 2001; la Administración Bush determinó un fracaso estratégico en Irak ejemplificado por el Estatuto de las Fuerzas de Intervención (Status of. Forces Agreement: SOFA), cuyo nuevo borrador a) hace aún más improbable que los militares estadounidenses puedan estar en el país más allá de 2011, b) prohíbe a las tropas estadounidenses llevar a cabo operaciones sin previa aprobación iraquí, c) prohíbe a los estadounidenses lanzar un ataque militar en otros países desde territorio iraquí, y d) previene a las tropas estadounidenses de detener a cualquier iraquí sin orden de la justicia iraquí.

         La administración Bush también fracasó en la contención del resurgir de la izquierda en América Central y del Sur, donde las políticas chavistas continúan manteniendo a las clases tecnócratas pro-americanas fuera del poder, como sucede desde luego en Nicaragua (Ortega), Bolivia (Morales) y la propia Venezuela, ejemplificado por la recientes victorias electorales del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). La Administración Bush no pudo tampoco modificar la ecuación en Zimbabwe, donde la tiranía de Mugabe continúa en su supremo reinado. Otro fracaso que ha estallado en las políticas del tercer mundo puede verse en el resurgir de las fuerzas islamistas de Somalia, que han estado durante mucho tiempo repudiadas por los americanos con el respaldo del Ejército etíope, y que han vuelto a tomar control de la mayoría de los sitios estratégicos del país. La lista sigue y sigue.

Un orden mundial multipolar

         No es sólo que las agresivas políticas exteriores estadounidenses que han perseguido desde el final de la Guerra Fría hayan deslegitimado al autodesignado rol de policía del mundo del país, sino que las propias políticas globales nunca han estado manejadas por una única forma de lógica. En consecuencia, el presidente Obama heredará un orden mundial multipolar, uno en el que Estados Unidos no es sino un factor entre muchos. La complejidad de tal sistema se opone a acciones precipitadas y a la retórica pomposa; las culturas políticas que la impregnan castigan la agresión. El hecho de que Obama se esté rodeando de consejeros que una vez posaron sus manos sobre el cargador de la tremenda máquina militar americana no augura nada bueno. A fin de cuentas, el restituir a Richard Holbrooke, quien promocionó el mito de que Saddam Hussein disponía de armas de destrucción masivas, como enviado especial de Estados Unidos para Pakistán y Afganistán, y a Hillary Clinton, quien fue una ardiente defensora de la guerra de Irak, como Secretaria de Estado, puede indicar más bien una regresión antes que una progresión. Por otro lado, con el reciente nombramiento de George Mitchell como enviado especial a Oriente Medio hay alguna esperanza, siquiera porque el papel de Mitchell como enviado especial de Estados Unidos a Irlanda del Norte resultó crucial en la preparación del terreno hacia el acuerdo de paz de Viernes Santo en 1998.

         Sin duda, Obama ha despertado mucha expectación, y yo personalmente he insistido repetidamente que él ya ha logrado una ruptura retórica con el lenguaje totalitario de la administración Bush. Sin embargo, también sabemos que los políticos son capaces de la deshonestidad más escandalosa, y que tienen –desde que toman conciencia de estar sirviendo a algo mayor que a sí mismos– la certeza intransigente de que lo están haciendo bien. Aquí estriba el peligro: si la promesa de Obama resultara en falso, la arisca relación del mundo con Estados Unidos podría deteriorarse aún más.

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