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Nostradamus, el fin del mundo…
Y algunas otras yerbas
por Fernando Pintos
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Después de los atentados que se produjeron el 11 de septiembre de 2001 en territorio de Estados Unidos, cambió radicalmente el rostro de la civilización. La Humanidad, en su totalidad, tomó un nuevo rumbo… Pero uno nada alentador, por cierto. Si repasamos todo lo acontecido desde entonces, encontramos una larga secuencia de acontecimientos nefastos, con alto impacto global. Guerra en Afganistán. Guerra en Irak. Guerras y genocidios en África. Una ola de enloquecidos gobiernos izquierdistas, apoderándose de América Latina (los cuales llegaron diciendo a sus respectivos países, a semejanza del lobo de Caperucita Roja: «para hundirte mejor»). Desplomes en las economías de América Latina. Un interminable rosario de falsedades y malignidades por parte del gobierno encabezado por George W. Bush. Un irrespeto absoluto de los países industrializados hacia el Protocolo de Kyoto. La monstruosa escalada en los precios del petróleo. El incremento de actividades terroristas. El crecimiento del fundamentalismo islámico. El quiebre financiero de las grandes economías del mundo: USA, Europa, Japón, etcétera. El acelerado calentamiento global. La crisis y recesión que se está extendiendo por el mundo entero a partir de 2008… Y todo el resto. A la luz de todos esos acontecimientos, debidamente conjuntados y minuciosamente analizados, se puede llegar a una única conclusión: algo terrible está aconteciendo. Y muy posiblemente, estemos en los umbrales de lo que podríamos considerar el fin del mundo, un acontecimiento que podría traducirse de una manera un poco menos alarmante: el final de la civilización humana, tal cual la hemos conocido —e imaginado— hasta este preciso momento.
Todo lo cual me lleva a resucitar uno de los artículos que escribí para la revista «Crónica», en la columna denominada «Desde mi Trinchera». El texto que menciono se publicó el viernes 28 de julio de 1995, bajo el sugestivo título de «Esperar cuatro años por un Apocalipsis», y explicaba lo que transcribo a continuación:
«…Michel de Nostre-Dame nació en la ciudad provenzal de Saint-Rémy, el 14 de diciembre de 1503. Su padre era un próspero notario de origen judío, si bien convertido al catolicismo. Muy joven, estudió medicina en Montpelier y, durante una epidemia de peste bubónica, desarrolló un método de profilaxis antiséptica con unos resultados que podían considerarse milagrosos para la época. Después de una existencia agitada y trágica, empezó a escribir, en 1547, sus famosas “Centurias astrológicas”, un conjunto de cuartetas (en total unas 1,200, de las cuales se conservan todavía casi un millar) en las cuales, de una manera ambigua y oscura, realizaba predicciones sobre el futuro de la humanidad. Las “Centurias” comenzaron a publicarse en 1555 y rápidamente dieron al autor, a quien ahora conocemos como Nostradamus, fama de vidente y profeta. En conjunto, aquellas profecías apuntaban al año 2000 como fecha límite para la resolución del destino del planeta, a lo cual se llegaría después de una sucesión de guerras y cataclismos.
Pero las cuartetas de Nostradamus son, como también lo es buena parte de la Biblia —pongamos por caso—, un asunto de interpretación. Veamos, por ejemplo. una de las más célebres: “De lo más profundo del Occidente de Europa. / De pobre gente niño nacerá / que con su lengua seducirá a mucha gente. / Su ruido en el reino de Oriente más crecerá”. Hay quienes afirman que el niño ahí mencionado fue Adolf Hitler. Pero a nosotros nos importa el futuro, y entonces veamos lo siguiente: “…En el año 1999 / en el séptimo mes / vendrá del cielo un gran rey del espanto”. El fin de la civilización habrá de llegar, de acuerdo a esto, en cuatro años exactos, y ello será por la guerra y la violencia. Países enteros serán aniquilados y las multitudes vagarán, desnudas y hambrientas, por la faz del planeta. La Humanidad sufrirá y perecerá por flagelos que se creían ya desterrados, tales como la sed, el frío y toda clase pestes. Y junto con todo esto, llegará el octavo y último Anticristo, acompañado por los jinetes del Apocalipsis.
Esperemos ahora que Nostradamus se haya equivocado… Sin embargo, ¿quién podría saberlo con certeza?».
De acuerdo con lo que había predicho Nostradamus en 1555, si en 1999 (o sea, 444 años después) se iba a producir el final del mundo y no fue precisamente así, estaríamos ahora no precisamente bien —eso salta a la vista—, pero sí cuando menos a salvo. Por ahí anda circulando una supuesta «profecía maya», acerca de que el fin del mundo conocido, visto como el inicio de una nueva era, se producirá exactamente el 23 de diciembre de 2012. Sin embargo, no daría mayor crédito a este agorerismo mesoamericano. En realidad, los mayas desaparecieron, misteriosa y además completamente, entre 700 y 800 años antes de que llegara Colón al nuevo mundo. No se les mencionó en absoluto durante toda la época colonial, ni tampoco en las primeras décadas de vida independiente en América Central. Recién para finales de la primera mitad del siglo XIX, un gringo listillo y excéntrico llamado J. L. Stephens «descubrió» la civilización maya. Claro, gran descubrimiento, si se toma en cuenta que por entonces no quedaba nada por descubrir en el terreno de las civilizaciones perdidas en otras partes del mundo… Y a partir de aquel momento, una legión de vivillos se ha lanzado sobre el tema de los famosos «mayas» —¿quién diablos sabe cómo se llamarían en realidad?— con la misma voracidad con que lo haría una legión de vampiros sobre un banco de sangre desguarnecido. El resultado: toda una serie de «descubrimientos asombrosos», acerca de una civilización que se esfumó, sin dejar casi rastros, salvo una serie de ruinas sepultadas entre la espesura de regiones selváticas, hará unos mil doscientos años atrás.
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