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Año V Nro. 338 - Uruguay, 15 de mayo del 2009   
 
 
 
 
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Visión Marítima

 

Los hombres grises (bolche tupa)
Comunistas y Tupamaros en Uruguay
Capítulo I
por Prof. Antonio Romero Piriz (Perfil)

 
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Memorias de un joven comunista uruguayo integrante de la “Orquesta Roja”, clandestino, preso y exiliado durante la dictadura cívico-militar de 1973 a 1985. La militancia clandestina, la tortura, los cuarteles, el penal de Libertad, el exilio en Suecia, el accionar de las fuerzas de choque. ¿Qué sabe Ud. Sobre la Orquesta Roja y el aparato arpado del Partido Comunista Uruguayo?

Introducción - La Orqueta Roja
- De 1951 a 1967
Capítulo 1 - Años 1967 Y 1968
- El 69
Capítulo 2 - Magisterio y la UJC
- El Frente Amplio
Capítulo 3 - El Movimiento de Independientes 26 de Marzo
- Las elecciones de 1971
Capítulo 4 - Guerra y prisión en el 72
Capítulo 5 - La detención
- El 6º de Caballería
Capítulo 6 - La caballeriza de los encapuchados
- La barraca del Sexto
Capítulo 4 - Punta Rieles
- Libertad: El 5º piso
Capítulo 8 - Libertad: Las barracas
Capítulo 9 - Comunista Clandestino
Capítulo 10 - El exilio: Brasil
Capítulo 11 - El exilio: Moheda
Capítulo 12 - El exilio: Estocolmo
- Epílogo

Años 1967 Y 1968

         El nuevo barrio era una maravilla. La playa cerca, lleno de comercios y calles arboladas. Parecía otra ciudad. Iba a la rambla donde había una rocola y ponía discos de los Beatles. En 1967 entré a preparatorios del IAVA. En diciembre estaba estudiando para un examen con Giovanni Di Matteo cuando la radio anunció que el presidente había muerto y había asumido su vicepresidente Jorge Pacheco Areco. No imaginábamos todo lo que iba a ocurrir a partir de ahí.

         En mayo de 1968 las noticias llegaban de Francia. Los estudiantes ocupaban las universidades y calles enfrentando la represión policial. Las consignas eran originales: “prohibido prohibir”, “la imaginación al poder”. La prensa llamaba al dirigente Daniel Conh-Bendit “judío alemán” y miles de estudiantes tomados del brazo desfilaban por París coreando “somos todos judíos alemanes”. Yo había estado ya en el 67 en manifestaciones del IAVA protestando contra el aumento del boleto. Había sido divertido. Las consignas eran graciosas y nos habíamos sentado en pleno 18 de Julio. Un policía bonachón nos había pedido que nos fuéramos. Así lo hicimos luego de un ratito, para no ceder tan de golpe, y nada pasó. En el 68 las cosas iban a ser distintas. Era el 13 de junio. El gobierno decretó Medidas Prontas de Seguridad. Llantas ardían en 18. Un acto se desarrollaba en la explanada de la Universidad. Me acerqué para escuchar, y para mi sorpresa oí los nombres de dos primos hermanos míos, Fernando y Gonzalo Romero Bassanta, los hijos de Manuel. Habían sido baleados en una manifestación. La columna partió por 18 al grito de “soluciones sí, balas no”, y me uní a ella con entusiasmo. Apenas caminada una cuadra, en Vázquez, algo estalló frente a mí, y todo el mundo salió corriendo. Eran bombas de gases lacrimógenos. Corrí por las calles laterales, para volver luego de un rato a 18, donde me reincorporé a una columna que seguía avanzando, coreando consignas. Al día siguiente visité a mis primos heridos, en CASMU. Me conmovió su situación de víctimas de algo que percibía injusto. “Marcha” me aclararía luego que había una oligarquía, un puñado de ricachones ligado al imperialismo yanqui, responsable de lo ocurrido. Todos los días había manifestaciones.

         Un día salimos como una gigantesca marea humana desde la Universidad. De pronto todos salieron corriendo en todas direcciones. Recuerdo a un joven rubio que se enganchó en mi pie y cayó al piso. Frente a nosotros cargaba la Guardia Republicana a caballo con los sables desenvainados. Corrí desesperadamente hacia la escalinata de la Biblioteca Nacional. Parecía que no llegaba, pero al fin pude subir los escalones, sin aliento. Desde allí pude ver que un grupo de estudiantes habían armado una barricada con sillas y mesas del bar Sportman y lanzaban piedras a los milicos cantando la Internacional. No pude seguir viendo porque numerosas bombas de gas comenzaron a estallar impidiéndome la visión. Tuve que entrar a la Biblioteca Nacional. Durante dos horas fueron entrando muchos estudiantes, varios de ellos heridos por los sablazos o las bombas lacrimógenas. El director de la biblioteca prometió negociar con la policía para que pudiéramos salir. Por las ventanas se veía la calle cubierta de piedras y pequeñas fogatas. Me tocó salir con un grupo de muchachas y bajar por una calle lateral. Tuvimos que pasar junto a varios policías montados que nos insultaron soezmente.

         Todas las mañanas me levantaba temprano para ir a la Universidad y participar de las manifestaciones. Pero una fue distinta. Cuando llegué las calles estaban cerradas y un cartel decía: “Silencio: mataron a un compañero” Liber Arce. Su especial nombre sería ampliamente utilizado por la Juventud Comunista a la que pertenecía. Me sentí dolorido e indignado: un estudiante como yo, un joven con sueños e ideales había sido asesinado por los milicos. Había que luchar, salir a protestar. El entierro fue multitudinario. Caminamos hacia el cementerio, y al regreso con mi primo Dante en su moto, resolvimos ir hacia el centro. Tenía temor de que me fueran a herir, pero como tantas veces en los días que siguieron, mi conciencia y determinación vencieron al temor. Cuando llegamos al centro asistimos a escenas de vandalismo y pillaje. Las vidrieras de las tiendas eran destruidas a pedradas, e incluso había robos. Resolvimos alejarnos.

El 69

         En el verano de 1969 rendí todos los exámenes de segundo de Preparatorios de Derecho (lo que hoy es 6º.)y los aprobé con excelentes notas. Estudié con quien luego sería mi compañero de Magisterio y de la UJC, el “simio” Edgar Paz, que hoy vive en México. A mí me decían “mono” porque al no saber mi nombre al principio decían “el mono ese” y me quedó. A Edgar “simio” por andar conmigo, y a una amiga “Chita” por el mismo motivo. En marzo de 1969 ingresé a la Facultad de Derecho. En la retina estaban aún las imágenes del 68: Susana Pintos y Hugo de los Santos también muertos en manifestaciones. También jóvenes comunistas como Liber Arce. Las numerosas manifestaciones relámpago, el ruido de las baldosas cuando las partían, los gases, los disparos, las consignas coreadas. Todo eso no podía haber terminado. Me acerqué a una agrupación estudiantil, la Asociación Estudiantil Revolucionaria (AER) hermana gemela del FER del IAVA, agrupación de Carlos López, luego muerto en la explosión del bowling de Carrasco, a quien había visto hablar en el IAVA agitando su melena en numerosas asambleas. En AER estaban el “Rolo” Ache (familiar del economista y del dirigente de Nacional) y Juan Pablo Schroeder Orozco, que moriría años después en Chile en un accidente de moto, mientras integraba la “columna guacha” del MLN.

         A veces aparecía “el pingüino” (no recuerdo su nombre) con Heber Nieto, que moriría al año siguiente baleado desde una azotea en la IEC de UTU. Un moreno muy callado. El “pingüino” sería fusilado por Pinochet años después en Chile. Nuestra tarea era dar apoyo a conflictos gremiales (TEM, bancarios) y “formarnos como cuadros político-militares para el MLN” como nos dijo el ideólogo de la agrupación, el “pato” Gasquet. Era mi primera vinculación con los tupamaros. En la facultad aparecían volantes con la estrella, y mi primo Fernando fue detenido a principios de año por ser correo tupamaro. Fui a visitarlo a la cárcel de Miguelete. Me dio mucha pena verlo ahí. Le pregunté si era comunista y me respondió que el embajador cubano había dicho que la revolución en Uruguay se iba a hacer a pesar de los comunistas. Era una época de gran rivalidad a nivel de la periferia juvenil de comunistas y tupamaros. Los militantes del FER y la UJC se trenzaban en batallas campales en la calle Guayabos, cerca del IAVA. Esto no obstaba para que el PCU diera refugio a los clandestinos del MLN. Cuando mi primo fue liberado, fuimos a buscarlo en auto con mi primo Gonzalo y la compañera de Fernando, Armonía. Yo no lo sabía, pero eran importantes cuadros del MLN. La fiesta en la mansión de su padre en Bulevar Artigas (donde habíamos visto películas del Pato Donald en sus cumpleaños infantiles) me permitió conocer gente cuyos nombres oiría en el futuro: Arturo Dubra y un muchacho rubio que cantaba, Jorge Salerno, que moriría en Pando. En ese año 69 asistí a numerosos recitales de Viglietti y los Olimareños, y devoré libros de Marx, de Lenin, todo lo referido a Cuba, a Fidel y el “Che”, “Marcha”. Me hice socio de la Cinemateca de Marcha y vi numerosas películas sobre las guerrillas de Asia, Africa y América Latina, sobre Cuba y Vietnam.

         Conocí a mi compañera Teresa, y asistíamos todos los domingos al Comité Coordinador de Apoyo a la Revolución Cubana, presidido por el comunista Victorio Casartelli. Allí tuve acceso a “Granma”, numerosas publicaciones castristas y películas del ICAIC. En octubre estábamos en la Facultad de Derecho .Era un 8, el segundo aniversario de la muerte del “Che”. Pintábamos carteles y tratábamos de oír la radio clandestina del MLN, charlando con Berta Sanseverino, actual jerarca del MIDES, cuando nos llegó la noticia de que los Tupamaros habían tomado Pando y 4 guerrilleros habían muerto. Uno de ellos era el rubio cantante, Jorge Salerno. Viglietti incorporaría luego a su repertorio varias de sus canciones. En noviembre AER se disolvió por otro hecho inesperado: “Rolo” Ache, junto con González Guyer (años después contratapista de “La Democracia” y diplomático, integrante de “Por la Patria” de Ferreira Aldunate) habían sido detenidos cuando iban a colocar un explosivo basado en una garrafa de gas en la residencia presidencial. Desde entonces serían conocidos como “la banda Acodike”.

En la próxima edición:
- Magisterio y la UJC
- El Frente Amplio

 

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© Prof. Antonio Romero Piriz

 
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