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¿Para qué elecciones?
por Marcelo Ostria Trigo (Perfil)
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Todos los días, absolutamente todos, en Bolivia se denuncia –ciertamente con sólidas pruebas– el inmenso fraude ya montado por el gobierno para la reelección de Evo Morales en diciembre próximo. También todo el tiempo se adelantan los nombres de presuntos candidatos que dicen que van a unificar a la oposición para hacer frente al Movimiento al Socialismo, aún a sabiendas que se van a romper la cabeza en la pared del escamoteo electoral.
A la vez se alzan voces –por cierto justificadas– contra el padrón de electores deformado ciudadanos y contra el que se prepara para los que están en el extranjero que van a votar en esa espuria elección, junto a muertos, desdoblados en por lo menos siete, o simplemente con nombres de inexistentes “electores”.
La danza de porcentajes vendrá después, y algunos observadores poco avisados, junto a otros sectarios de mala fe, hablarán de la fiesta democrática que le dio un nuevo triunfo a Evo Morales, por 60, 65, 70 por ciento, o el que le ocurra al populismo y, a su turno, Chávez, los Castro, Correa, Lugo, el matrimonio presidencial argentino, la presidenta Bachelet, Ortega y algunos más, enviarán su emocionado homenaje al originario que nos abrumó con el fraude.
Hace pocos días me llamó un buen amigo y, entre otras cosas, me dijo que apoyaría a un candidato a la presidencia –no Evo– que le había ofrecido la candidatura a una diputación. Me enterneció su candor. Aunque resultare electo, estaría condenado a estar cinco años entre los arrinconados, cercados y acallados por la canalla circundante. Estaría en el llamado “hemiciclo” (¡qué cursi!) discutiendo, defendiendo, peleando, sin sentido, sin destino y sin resultados. Ser candidato, ahora, es aceptar el engaño, la antidemocracia, la violencia, el abuso, las demasías y las tropelías. Si los masistas no tuvieron reparos para la corrupción, ciertamente tampoco tendrán escrúpulos para volver a imponerse en lo que se propongan, así sea a la fuerza, con hordas aullantes de odio y alcohol.
Es más: ya hay frenesí en los partidos, frentes, asociaciones ciudadanas, para debatir sobre las opciones en las elecciones del próximo diciembre. Es la ingenuidad hecha epidemia. El masismo, con impudicia, va inundarnos con votos falsos, y quizá, cuando sea consumado el engaño impúdico, ya sea tarde para denunciarlo. Esto funciona así en las dictaduras del “socialismo del siglo XXI”. En los regímenes como el cubano, y antes los del otro lado de la desaparecida Cortina de Hierro, los ciudadanos, al votar, estaban “liberados” de escoger a sus gobernantes, como dijo Winston Churchill con su inagotable ironía. La lista era única, sin alternativa. El resultado previsible: 90% o más para los gobernantes. Ahora, los extremistas aprendieron; hacen elecciones permitiendo otras opciones, pero se garantizan el resultado favorable con el fraude. El resultado es el mismo: la imposición. Sino pregúntenle a Chávez; no a Castro que sigue a la antigua, sin elecciones… nunca los cubanos eligieron nada y, desde hace cincuenta años, sólo tienen la opción de votar por su propia nomenklatura, la imitada de los soviéticos engordados por el poder.
Entonces, para qué elecciones, si sabemos que se juega con cartas marcadas.
Es cierto que esto es frustrante, que las salidas no están a la vista, y que en el exterior están los cómplices de las tropelías –¿acaso, por ejemplo, no fue Insulza, el de la OEA, el que no vio nada objetable en el proyecto racista de constitución, junto a su permanente defensa del populismo en América Latina?– y los coautores de los atentados contra la libertad, como los del eje La Habana, Managua, Caracas, Quito, La Paz, Asunción y Buenos Aires. ¿Será verdad que “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”? En esto de las desventuras, la maltrecha es la patria, que es eterna. Pueden pasar muchos años y pasar los hombres, pero, al fin, lo que prevalecerá será esta tierra y, entonces, como ámbito propicio para vivir en libertad.
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