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Año V Nro. 286 - Uruguay,  16 de mayo del 2008   
 

 
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2012

 
Alberto Scavarelli

El desborde y la violencia
por Dr. Alberto Scavarelli

 
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         Los violentos incidentes  producidos en un liceo de Montevideo, protagonizados por adolescentes dentro y fuera del local liceal,  debe ser  abordado con determinación, rapidez y en profundidad.

         Todo procedimiento de análisis de la situación es importante, como también lo es realizar encuentros donde se procure crear conciencia sobre la gravedad que encierran estos procesos de violencia colectiva y de destrucción y amedrentamiento, que pueden
 -como de hecho ya ha sucedido antes- terminar en males mayores.

         Pero también es cierto que identificados los autores de los hechos, con la debida tramitación reglamentaria y con todas las garantías del caso, los autores materiales e intelectuales de la agresión y la destrucción, deben ser sancionados de acuerdo a las normas vigentes.

         No es posible cumplir con el deber esencial  y elemental de todo estado, de garantizar la seguridad  básica a la que tienen derecho los estudiantes, los profesores, el personal del liceo,  los padres y los vecinos, sin que se apliquen las medidas sancionatorias que por derecho corresponden.

         Identificados plenamente los autores de los desmanes – que además están filmados-  y determinadas con todas las garantías del debido procedimiento su responsabilidad, se les debe además imponer a ellos y a sus responsables, la carga de reparar lo destruido y de indemnizar por los medios que dispusieren, los perjuicios causados. Si no se tiene bienes con que responder, en aplicación de principios elementales de las normas vigentes aplicables a todo  habitante de la República que causa un daño a otro, deberán imponerse por vía judicial otras medidas supletorias que en definitiva resulten en la indemnización debida, independientemente de la sanción a recaer.

         No es posible la permisividad, porque ese relajamiento de la responsabilidad de vivir en sociedad, solo acarreara males mayores.

         El desborde, la pérdida del respeto por los demás, la violencia y la prepotencia, no puede ser administrada solamente desde el laboratorio social y el análisis teórico. Hay una clara violación a las normas vigentes, y en consecuencia resulta inevitable llamar a responsabilidad a sus autores y responsables legales.

         De seguirse así, terminarán estableciéndose las pandillas, el germen de las tribus urbanas con códigos propios de violencia. La aparición de bandos formados por quienes se agrupan para protegerse o vengarse, hasta que las cosas se salen de su curso definitivamente.

         Basta mirar a oca distancia para ver el proceso, la globalización y también debiera servir para  ver los resultados de los procesos  de deterioro social librados a su suerte.

         Las expresiones de los docentes que estaban presentes durante le desarrollo de los hechos, dentro y fuera del local liceal, fueron claras, publicas, dando el rostro y terminantes. Su preocupación no podría ser mayor.

         En ningún centro educativo de cualquier país con un desarrollo humano como el nuestro, conductas de este tipo quedan impunes ni son minimizadas. Sencillamente se trata de educar, también por la vía de exigir el respeto por los demás y de las normas que nos rigen

         Si la educación no educa para la vida y para convivencia social, es inútil dotarla de todos los recursos materiales  que con sacrificio la comunidad dispone en cifras muy importantes. Los recursos son el combustible que impulsa en una dirección dada a los procesos a los que se plica, pero resulta esencial tener claro el norte y el propósito al que se aplican, sino se corre el riesgo que devengan en absolutamente inútiles.

         Se debe exigir un resultado  académico y curricular, pero además se debe exigir el acatamiento a reglas de conducta cuya violación resulta inadmisible. Esto no se arregla con recursos solamente, sino  con la  resolución de cumplir con el deber y hacerlo cumplir, como corresponde al ejercicio de la libertad, en cualquier democracia, en un estado de derecho.

         No es posible que padres, alumnos y docentes, asistan con temor a un centro de estudios, porque un grupo de inadaptados toma el control de la situación para destrozar, y agredir, queriendo imponer las reglas  de su inconducta.

         Si eso pasa en los centros de estudio, en los espectáculos deportivos, en los lugares bailables, y se admite como algo natural, la consecuencia será que ya no será posible tener vida en sociedad.

         Sin tranquilidad básica no hay convivencia libre y pacífica posible. Sin seguridad básica, la libertad se torna en un eufemismo.

         Es deber de las autoridades, de los padres, de los docentes, de los medios y de todos nosotros, hacer lo que corresponda para poner -de acuerdo a derecho- las cosas en su justo lugar, antes que sea demasiado tarde.

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