Año II - Nº 83 - Uruguay, 18 de junio del 2004
 
- El cinismo y la hipocresía
- Reflexiones
- La Redota, cuando el Chuy se fue con Artigas
- Estampas del Camino del Indio
- Un actor de terror
- Memoria, ¿recuerdan qué significa?
- La Lluvia
- La Torre de Babel y la despedida de Arturo

- El "cabezón" Olmos: Hombre, manos y madera

- Chairando Ideas
- Hurgando en la Web
- Así Somos
- Miguel Angel Campodónico, el escritor de la no ficción
- Ecos de la Semana
- El libre comercio no resuelve problemas de desempleo y pobreza
- La sociedad civil es indispensable para la construcción política
- Los dueños del agua
- Bitácora Política
- Información Ciudadana
- La Cocina Uruguaya
- Rincón de Sentimientos
- El Interior también existe
- Olvidémonos de las Pálidas
- Las Locuras de El Marinero
- Correo de Lectores

 
REFLEXIONES
por: Ernesto Martínez Battaglino

Nos encontramos en vísperas del primer hito cívico-democrático para que la ciudadanía uruguaya se pronuncie previo al nuevo ejercicio gubernamental a iniciarse en el año 2005. En efecto, el próximo domingo 27, de lo que surja de las urnas, nos permitirá saber como se conformarán los partidos políticos en los próximos cinco años y cual será la persona que los representará con la honrosa distinción de ser el único candidato a disputar la Presidencia de la República por cada uno de ellos, en la siguiente contienda que se llevará a cabo el 31 de octubre próximo.
Es un hecho habitual para el uruguayo el tener la oportunidad de expresarse, ya que por suerte, acostumbrados estamos a que, libremente, en cada oportunidad podemos incidir para elegir un nuevo gobierno o dirimir un plebiscito o pronunciarnos en un referéndum, siempre amparados por las garantías que la democracia, la constitución y la ley nos pone a disposición de cada ciudadano. No obstante, cada vez más esta práctica la realizamos con mayor recelo, ante incumplimientos o resultados negativos de algunos gobiernos, que por fallas humanas o por factores externos, el pueblo siempre es el que termina convirtiéndose en víctima y receptora directa de las dificultades, ya que en él es donde recaen, indefectiblemente, los errores de gobernantes o las situaciones de extramuros que nos afecten.
¡Cuidado cuándo un pueblo se cansa de ser el que paga los platos rotos! Deja de razonar con la mente y lo empieza a hacer con el estómago, que es cuando menos se encuentra capacitado para tomar el rumbo verdadero. Los extremos son las únicas soluciones que se le ponen delante de los ojos. Y ahí es cuando solo aparecen para paliar las necesidades básicas, las humanas y las espirituales, o el totalitarismo de derecha, o el totalitarismo de izquierda.
Los treinta mejores años del Uruguay, casi que en forma ininterrumpida, fueron los iniciales del Siglo XX, donde se fue conformando y consolidando el país moderno. De ahí en adelante, siempre, en mayor o menor medida, las bonanzas y las dificultades se fueron alternando, casi que cíclicamente, en tiempos de veinte años. Lo prueba, que ya en el año 1933 tenemos el primer golpe de estado de ese siglo, a consecuencias del rebote de las dificultades de la gran recesión que estallara en EE.UU. en el año 1929, y que en forma estrepitosa conmoviera casi que al mundo entero. Nosotros, país pequeño y con producción primaria, no podíamos escapar de tal flagelo.
Recién después de pasados los mediados de los años 40, el Uruguay toma un fuerte auge económico, donde la agropecuaria y la industria empieza a consolidarse, aunque en su mayoría, solo fuera para cubrir el mercado interno, que por lo pequeño, tampoco ayudaba demasiado ante un primer traspié o ante una necesidad de expansión del cada vez más exigente mercado internacional, que, luego de la segunda guerra mundial, se va tecnificando y expandiendo a nivel mundial, fundamentalmente por parte de los países industrializados como EE.UU. y Canadá en América, Francia, Inglaterra, Italia, Alemania y los países escandinavos en Europa, y en resurgimiento impresionante, Japón, que en Asia se levanta con un ímpetu propio de su raza aguerrida, luego de haber sido destrozada material y moralmente por las fuerzas aliadas.
No obstante esa abismal diferencia técnica y económica con las grandes potencias y los grandes mercados mundiales, el Uruguay supo gozar hasta bien entrada la década del 60 de una apreciable bonanza económica, donde se tenía casi un pleno empleo y se vivía dentro del confort que la época nos iba presentando al alcance hasta de las clases menos pudientes. Así y todo, y disfrutando el país de plenas libertades, se empezó a ver y sufrir en él un hecho insólito e impensado pudiera ocurrir en Uruguay, el que siempre había "balconeado" los excesos, las intolerancias, las guerrillas fratricidas y un continuo estado de inseguridad, solo posibles en otros países, diciéndonos que serían prácticas que nosotros jamás sufriríamos, por estar largamente alejados de las razones que se suponía las provocaban.
A pesar de la verdad de vivir en un país estable, ya a partir del año 1962 se empezaron a notar movimientos no habituales de organizaciones sociales y gremiales, que con el pretexto de reivindicaciones sin duda siempre merecidas, se emplearon prácticas desconocidas y hasta simpáticas algunas de ellas al principio, ya que se presentaban como sostenedoras de la verdad, la honradez y la denuncia de prácticas incorrectas por personajes y familias que hasta entonces gozaban de la aceptación y respeto social, comercial, profesional y hasta político, apareciendo como los nuevos "Robin Hood" uruguayos, defensores de la justicia.
Pero luego de esas primarias incursiones pretendiendo demostrar inconductas de personas del primer nivel, efectuando denuncias, robos y hasta atentados violentos que llegaron a provocar la destrucción del Bouling de Carrasco, matando a humildes personas empleadas en el lugar, se empezó a ver que lo que originalmente pudo haber captado el apoyo de la gente, ese mismo pueblo empezó a demostrar su repulsa a tales prácticas, las que se fueron acentuando en cuanto a violencia y muertes, con el solo propósito de dar un golpe de estado sosteniendo que lo hacían por el bien de los carenciados y los trabajadores, justamente en un país donde si algo estaba asegurado, era la total libertad y garantías para poder acceder al poder por medio de las urnas, única forma real y verdadera de tomar, legítimamente, el poder en una nación como Uruguay.
Esto fue el principio de un fin no deseado ni buscado por ninguna persona sensata, pero sí solo por los Tupamaros, que llevaron al país al caos, la muerte, la destrucción de las familias y la inseguridad al país, con todo lo negativo que conlleva una situación de esa índole en un país no preparado para ello. Como no podía ser de otra manera, esto también trajo aparejado destrucción económica y barreras para el crecimiento, convirtiéndose en la antesala de la dictadura militar, ante un caos cada vez menos tolerable, al punto que hasta la población vio con simpatía la presencia de una mano fuerte que cambiara la situación, sin darse cuenta que así entrábamos en otro túnel oscuro, que nos llevaría a otro tipo de penurias que hasta hoy mismo estamos soportando sus coletazos, a pesar de haber transcurrir casi 20 años de democracia plena desde entonces.
Vuelta la democracia en 1985, volvemos a ingresar en esa farándula cíclica de bonanzas y de decadencias. Desde ese mismo 1985 y hasta el año 2000, transcurrimos un período ascendente de confianza, prosperidad y sostenida mejora del país y de la población, logrando índices excepcionales en cuanto a condiciones de trabajo, mejora educativa, abatimiento de la mortalidad infantil, mejor nivel de vida y de vivienda, etc., etc., situación que esperábamos durara más que los habituales lapsos que históricamente se nos presentaban.
Lamentablemente, vuelve a quebrarse el ascenso para iniciar, ya en esta última oportunidad una caída a pico y hasta desconocida para el país, ante razones ajenas a la voluntad humana algunas, otras por fallas, tolerancias o negligencias en tomar medidas férreas sobre hechos y situaciones incluso hasta denunciadas por el propio gobierno, y otras más, contundentes éstas, a consecuencia de situaciones económicas caóticas de nuestros dos grandes vecinos, que nos arrastraron irremediablemente, llevándonos a tener que soportar la crisis peor de nuestra vida económica moderna, a mediados del año 2002.
Hoy nos encontramos dentro de un decidido cambio positivo, donde las perspectivas en inversiones, estabilidad y mejoras en áreas industriales, agropecuarias, turísticas y de exportaciones, nos vaticinan promisorias perspectivas. Si bien todo esto se empieza a notar en una mejora en la recaudación fiscal, en mayor demanda de empleo y en un movimiento comercial en ascenso, todavía no ha sido lo suficientemente contundente como para que la población la sienta y la palpe en sus bolsillos, que en definitiva, es donde la gente pretende notar las ansiadas y necesarias mejoras, para recién ahí darles la credibilidad que merecen y que realmente tranquilicen.
Valorizando esto, los candidatos y los partidos que no entiendan que en esta próxima oportunidad electoral los que no antepongan la honradez a sus procederes y el consenso entre todos los uruguayos, sean de la ideología que fueran, tratando de buscar soluciones entre todos y usando las mejores personas en cuanto a capacidad, conocimientos y probada moral, el país puede entrar en un despeñadero jamás visto y difícil luego de rescatar sin lesiones que nos afecten a todos por mucho tiempo.
En manos de cada ciudadano está el camino al progreso o a la destrucción del Uruguay futuro. El que no sepa usar correctamente el arma del voto que la democracia le pone a su servicio, corre el riesgo de convertirlo en un elemento imperfecto, al punto que le puede salir el tiro por la culata... y lo mate.
También los políticos que no entiendan que viejas prácticas "políticas" han pasado a ser negativas, y que deberán cambiarlas, más vale que no se presenten a ser electos, ya que se corre el riesgo de producirse lo que vaticinaba más arriba. Si la gente vuelve a tener otra decepción del proceder de la democracia, sin duda verá solo con buenos ojos a un gobierno no democrático, que de hecho, no serán otros que los totalitarios de extrema izquierda o los de extrema derecha, quienes recogen iguales resultados en cuanto a pérdida de la libertad social, como a pérdida de la libertad económica.