Año II - Nº 81 - Uruguay, 04 de junio del 2004
 
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- La mala costumbre de ser subdesarrollados
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- Las paradojas del Tercer Mundo

- 5 de Junio. Aumenta la contaminación ambiental
- Medio Ambiente. ¿Festejar qué?
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- 1000 mujeres para la paz
- No se ofenda, actúe
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- Rincón de Sentimientos
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- Las Locuras de El Marinero
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La revolución de 1904 cien años después
(Segunda Parte)
Gesta política, epopeya del sentimiento
Prof. Lic. Margarita Saavedra
 
La elección de J. Batlle y Ordóñez
Desde febrero de 1901, la prédica de Batlle desde su diario El Día queda bien definida: "La política de contemplación con el Partido Blanco ha para con ese partido no podrán repetirse cuando no se recibe de él más que agresiones injustificadas. La consecuencia del triunfo de ese principio será la reconquista de los departamentos, la cesación de ese estado anormal que de día en día, a pesar de las tolerancias y complacencias del Partido Colorado, ha ido agravándose y divide a la República en dos fracciones distintas, casi en dos países distintos, uno blanco y otro colorado".
Eduardo Acevedo Díaz había votado la elevación a la presidencia de J. Batlle y Ordóñez. Así, apenas llegado a la primera magistratura, Batlle y Ordóñez quiso retribuir al grupo parlamentario de Acevedo Díaz con dos de las seis Jefaturas que el Pacto de la Cruz (18 de setiembre de 1897) había conseguido para el Partido Nacional.
"Ese hombre está contra mí y dentro de muy poco estará contra nuestro partido". Proféticas palabras de Saravia, hablando de Acevedo Díaz con el jefe político de Cerro Largo. Pronóstico acertado.
Acevedo enfrentó a su partido y le dio, con su voto y el de sus amigos, el poder a Batlle, haciendo caso omiso al caudillo. Y el Partido Nacional expulsó al grupo de Acevedo Díaz de sus filas partidarias, puesto que sintió que se violaba el Pacto al disminuir su área geográfica y su política de poder.
Así, el 16 de marzo de 1903, Aparicio Saravia se alzó en armas. El Partido Nacional no estaba dispuesto a seguir aceptando su continua marginación del gobierno. Sin embargo, recién instalado, el gobierno no quiso un enfrentamiento. Los mediadores J.P. Ramírez y A. Lamas sellaron el 22 de marzo de 1903 el acuerdo de Nico Pérez.
De acuerdo con éste, las Jefaturas de cinco departamentos serían provistas por el Poder Ejecutivo en consulta con el Directorio del Partido Nacional. La de San José será provista con un blanco, pero sin intervención de la autoridad partidaria. El acuerdo sólo regiría durante la presidencia de José Batlle y Ordóñez.
Parece haber existido además un convenio verbal según el cual el gobierno se comprometía a no enviar fuerzas militares a los departamentos nacionalistas.
Los blancos consideraban el arreglo de 1903 como una prolongación del de 1897 en todos sus términos, aunque esta vez dotado de un plazo fijo, el año 1907. Pero el Pacto de Nico Pérez sólo en apariencia garantizaba una paz estable. En los hechos, posibilitó una tregua durante la cual ambas partes se armaron y se aprestaron para un enfrentamiento inevitable.
 
El gobierno se prepara para la guerra
Durante el año 1903 Batlle se arma, reorganiza el ejército legal, adquiere cuantioso material de guerra, fortifica el poder defensivo del gobierno que estaba debilitado frente al poderío de los blancos y, por tanto, a su merced.
El gobierno preparó un ejército de 30.000 hombres con armas modernas que había venido comprando sistemáticamente. Para privar de recursos financieros al posible levantamiento del partido adversario, desde mayo las sucursales del Banco de la República, en los departamentos blancos, debieron remitir sus fondos a Montevideo.
Pero el gobierno disponía no solamente de dinero para la adquisición de equipamiento bélico novedoso, sino también de otros recursos, como el ferrocarril y el telégrafo.
Para neutralizar esas ventajas, los blancos levantarán los rieles y cortarán las líneas telegráficas: no por
enemigos del "progreso", sino para debilitar la supremacía técnica del gobierno.

El ejército revolucionario
Los revolucionarios reunieron 15.000 hombres, mal armados, con envíos que les llegaban desde las provincias fronterizas de Argentina y Brasil.
Eran hombres que acudían al llamado de la divisa partidaria, impulsados por la emoción de "servir".
Era una masa pronta a enrolarse en cualquier episodio que interrumpiera su miseria. La actividad política les ofreció el marco de los partidos.
A éstos entraron por el elemento emocional de la adhesión a un caudillo y el apego a una divisa, que arrastraba multitudes.
"Sólo Artigas anduvo con un pueblo a cuestas como usted, general", le expresó Carlos Roxlo a Aparicio el 16 de mayo de 1904.
El pobrerío accedió a la revolución: ésta posibilitaba que se cortaran los odiados alambrados y se quemaran sus postes y, por fin, los más humildes podían hasta hartarse de carne. La miseria predispuso al pobrerío a la violencia, y la divisa le dio el empujón para que ésta subiera al rango de revolución política y tuviera una justificación sentimental, casi ética.
Aparicio Saravia llegó a decir: "Nosotros, con caminar, ganamos". Y el sorprendido representante diplomático alemán en Montevideo informó a sus superiores: "Con respecto a la guerra civil del Uruguay se oye decir: es .cuestión de caballos.", lo que subrayaba la importancia de estos animales para el movimiento revolucionario.

"El alzamiento armado, escudo de las desesperaciones cívicas"
El doctor Luis A. de Herrera reflexionaba y explicaba la revolución de 1904 de esta manera, en nota fechada en Buenos Aires el 4 de mayo de 1904 (cfr. Desde Washington, pp. 453 ss): "Cualquier chispa podría provocar el incendio, porque el señor Batlle y Ordóñez ya estaba listo para la guerra, y según lo repetía a diario su órgano en la prensa, el período de las debilidades con .los bárbaros. no se reabriría."
"El hecho notorio, evidente, inconcuso, es que desde hace la friolera de cuarenta años el partido colorado tiene las riendas del poder en las manos. Ahí, en esa monstruosidad republicana y social, yo pongo el origen verdadero de todas nuestras agitaciones, mirando las cosas con espíritu sereno y por encima de las divisas."
"Es ofensivo para las gentes ilustradas el detenerse a probar que tan prolongada permanencia en el mando denuncia un gravísimo desequilibrio interno." "[El Partido Nacional] siempre ha preferido el recurso de la legalidad y de la conciliación, pero cuando esos esfuerzos patrióticos han fallado, el alzamiento armado ha
sido el escudo de sus desesperaciones cívicas."
"Cuando se quiere gresca, fácil es producirla, y montada la mina, el asunto de los regimientos dio origen a la catástrofe".
Los elementos de la conflagración se encontraban listos, y una cuestión menor y absurda la hizo estallar: un incidente fronterizo con soldados y policías brasileños produjo que el jefe político de Rivera, Carmelo Cabrera (blanco) pidiera auxilio al gobierno central.
Éste envió dos regimientos a ese departamento nacionalista, lo que fue interpretado por el Partido Nacional como una injerencia violatoria del Pacto de Nico Pérez.
 
Una semblanza del general
Aparicio Saravia era un magnífico jefe de guerrillas. Prolongó por ocho meses la duración de la guerra. En una ocasión tras otra, superó con astucia a ejércitos
del gobierno, más poderosos que el suyo.
Gálvez retrata al general de esta manera: "En la marcha se multiplica: trata de que su gente no destroce las chacras; anima a los que se rezagan; vigila a las caballadas y a sus cuidadores; indica el camino que han de seguir las carretas y observa cómo son conducidas, sobre todo en los pasos de los ríos; dirige el cruce de los ríos y arroyos y ve si están bien los enfermos y los heridos. En los campamentos, asiste a la limpieza de los cañones y el recuento de las balas; dicta notas y cartas y se preocupa del alimento y del vestido de la tropa.
No le faltan condiciones de organizador y es, además de
jefe y conductor de hombres, padre de sus muchachos, como gusta llamar a los soldados. No tiene mucho espíritu militar, ni fuerte sentido de la disciplina y de la jerarquía. en realidad es un montonero, pero un montonero genial". (7)
 
La política durante la guerra
Aun cuando las clases conservadoras pidieron la paz, Batlle las contuvo con energía. La posición y las medidas que adoptó tendieron a radicalizar las posiciones y extender la guerra. Estaba decidido a derrotar militarmente la insurrección para impedir la continuación del dualismo de poder entre Montevideo y El Cordobés.
Batlle afirmaba: "Los poderes públicos legítimos no deben tratar con los revolucionarios la coparticipación política, como la trataron los poderes públicos usurpadores de otro tiempo" (...) "los pactos de paz rotos por esta guerra deben ser sustituidos por otros pactos, por otros pactos en los cuales sean partes celebrantes, no los poderes públicos y los revolucionarios, sino los partidos políticos entre sí." (8)
Consiguientemente, tomó severas medidas.
Confiscación de los bienes de los nacionalistas. Después de la batalla de .ray Marcos se aprobó, en una sesión secreta de la Cámara, la ley de interdicción, en virtud de la cual se autorizaba al Ejecutivo a inmovilizar los
bienes de los partidarios de la revolución. Batlle puso cientos de nombres en la lista de interdicción, para evitar que le llegaran fondos a Saravia.
Censura a la propaganda a favor de la paz. Al comienzo mismo de la guerra, Batlle estableció una estricta censura a los diarios; con ese motivo dejaron de publicarse el diario del Directorio e, incluso, El Nacional, de Acevedo Díaz.
Los legisladores del Partido Colorado en su inmensa mayoría estaban dispuestos a votar una paz negociada. Se atacaba a Batlle en su punto legal más débil: la censura a la propaganda a favor de la paz.
Gestión ante Estados Unidos. "Al ministro del Uruguay en Norte América [Acevedo Díaz] se le pidió [2.8.1904], hiciera saber al gobierno de ese país, que el nuestro vería complacido la presencia de buques americanos y la influencia que estuviera inclinado a ejercer en el Plata, para que los países observaran la debida neutralidad" (...) "La presencia norteamericana podía hacer que la Argentina se mostrara menos dispuesta a permitir que llegaran a Saravia nuevos cargamentos de armas". "El 19 de agosto, el consulado norteamericano de Montevideo anunció la inminente llegada de un escuadrón naval." (9)
 
Las principales batallas
Las acciones militares se extendieron durante los primeros diez meses del año 1904, y fueron las siguientes.
Mansavillagra (14 de enero), fue la primera victoria parcial del gobierno. Fray Marcos (30 de enero) fue un triunfo blanco que puso a Montevideo al alcance del bando insurrecto, pero como su intención no fue tomar la capital, Saravia se retiró para recorrer la campaña. Paso del Parque (2 de marzo), otro triunfo parcial del gobierno. Tupambaé (20 de junio), la
batalla más grande y sangrienta de la guerra, donde se enfrentaron 15.000 nacionalistas (la mitad desarmados) y 5.000 gubernistas armados con 3 cañones y 4 ametralladoras. Entre ambos bandos se produjeron 300 bajas y hubo más de 1.000 heridos.
Masoller se produjo el 1º de setiembre de 1904. Fue el epílogo de una revolución triunfante que terminó derrotada, y tiene un triste y hondo significado de sacrificio y perpetuo dolor.
En vísperas de Masoller, Aparicio había dicho: "Tenemos una paz muy buena: con ella partimos la naranja en dos. Si peleamos y ganamos la guerra, nuestra posición será idéntica porque no somos absolu lutistas, creo que debemos conseguir aun mejores condiciones de paz, más adelante. Incluso tenemos la pasada por el Brasil, para salir a Rivera sin combatir.". (10)
Todos los historiadores coinciden en señalar que Masoller fue, a la vez, una gran batalla ganada por Aparicio Saravia.
Según José Monegal, "de no haber sido herido allí mismo, quizás, hubiera hecho la paz que tanto anhelaba, paz que le había sido ofrecida dos días antes y que él, poniendo un espacio en su resolución, la dejó para cuando el ejército estuviera asentado sobre bases que le permitieran firmar una paz ventajosa, o dar una batalla decisiva."
Y continúa: "Está más que comprobado que el General Vázquez [del ejército gubernista], inició la retirada". (11)

Una bala hirió a Aparicio Saravia
Permanentemente, su preocupación fue: "¡Qué será de mi patria! ¡Qué será de mis compañeros que me han seguido!"
En los días siguientes a la batalla, presa de una fiebre intensamente alta, se le escucharon nítidamente los gritos enloquecidos, los mismos gritos de mando, repetidos sin cesar, al frente de sus invencibles escuadrones: "¡A la carga, muchachos! ¡Por la Patria!"

La triste nueva
El emisario llegó al rancho. Todavía festejaban los paisanos, con acordeones y con sus guitarras adornadas con cintas blancas y celestes. Una anciana recibió el mensaje, y pronunció su infausto pregón:
"Que pare el baile! ¡Que naides se ría!
Que los que tengan lagrimas que yoren, porque la Patria está yorando, también!
¡Silensio pa siempre!
¡Murió el General!"

Falleció el 10 de setiembre de 1904 en territorio brasileño...
La desaparición del caudillo desfibró al ejército nacionalista y se terminó la revolución. En aquellos instantes angustiosos, un jefe llegó a pronunciar estas terribles palabras: "Este es un ejército saravista. Caído Saravia, es imposible mantener su cohesión".
La indecisión y la indisciplina cunden en las filas blancas. Caído el caudillo, el pánico y la consternación se producen en la masa guerrera. No sólo se ha
La desaparición del caudillo desfibró al ejército nacionalista y se terminó la revolución. En aquellos instantes angustiosos, un jefe llegó a pronunciar estas terribles palabras: "Este es un ejército saravista. Caído Saravia, es imposible mantener su cohesión".
La indecisión y la indisciplina cunden en las filas blancas. Caído el caudillo, el pánico y la consternación se producen en la masa guerrera. No sólo se ha perdido una batalla: todo se ha perdido. En medio de un silencio espantoso las bocas no se abrían sino para desesperadas imprecaciones, todos los ojos estaban nublados de lágrimas.
Muchos no podían creer que el general ya no estuviera y, aún 20 años después, había blancos que decían de él como se decía de Facundo: "No, él no ha muerto: volverá".
 
La paz y las consecuencias de la revolución
Después de Masoller, el ejército blanco se somete. El Partido Nacional renuncia a sus posiciones
inconstitucionales. El gobierno recobra toda su autoridad y la política de coparticipación quedó abolida.
El 24 de setiembre de 1904 se firmó la paz de Aceguá, que puso fin a la guerra civil, y quedó definitivamente asentado el modelo urbano en Uruguay.
La destrucción material producida por la revolución fue muy importante, en ganado y alambrados; también se produjo la dispersión de la mano de obra, una paralización de la refinación del ganado, la baja de los precios de cueros y haciendas, la detención de tareas del primer frigorífico y la anulación del crédito bancario para el campo.
Pero también hubo consecuencias institucionales.
La consolidación de la unidad del Estado. El triunfo colorado implicó la finalización de la política de coparticipación en los gobiernos departamentales, la consolidación del poder central y la unificación política y administrativa del país. Terminó la dicotomía Montevideo-El Cordobés. El afianzamiento del poder del Estado sería ya definitivo y lo usufructuaría el Partido Colorado, gracias a su victoria sobre los blancos.
Un gobierno excluyente de partido. El vencedor de la guerra civil y presidente de la República, J. Batlle y Ordóñez, recogió naturalmente la jefatura de su partido.
De acuerdo con sus ideas, la coparticipación con el Partido Nacional se dejaba completamente de lado: "Reputo errónea la teoría de la política de coparticipación, según la cual los ministerios deben constituirse, en parte, con hombres de opiniones y tendencias contrarias a las del poder ejecutivo", expresó. (12)
La reforma electoral. Con la nueva reglamentación electoral de 1904, se aumentaba de 69 a 75 el número de diputados, y 7 departamentos tendrían un número de bancas divisible por 3, lo que permitirá el acceso de los nacionalistas como minoría si lograban el tercio de los votos, en lugar del cuarto, como se exigía antes.
En las elecciones de 1905, en Montevideo se constató que la vida política del país todavía estaba en pocas manos: había un diputado colorado cada 593 votos, y un nacionalista cada 779. Se cumplía el propósito de la reforma, que era el de aumentar la representación del partido mayoritario y disminuir la del minoritario.

Elogio del voto por sobre el uso de las armas
Las sucesivas leyes electorales, inmediatas (1905, 1907, 1910), y mediatas a la revolución que paulatinamente se aprobaron, fueron consagrando legalmente la representación proporcional, hasta llegar a la institucionalización del acuerdo.
Este alcanzará su punto más alto en la Constitución de 1952, que establecerá en aritmética proporción (3 y 2) la distribución de los cargos políticos entre los dos grandes partidos.
De esta manera, se hizo realidad aquella proclama del general en Nico Pérez, el 30 de marzo de 1903: "No es sólo con la lanza y la carabina con lo que se triunfa; hay otra arma .la boleta de inscripción en los registros cívicos. que no debe faltar a ningún ciudadano nacionalista, porque será así que obtendremos en la paz la victoria completa".

Obras citadas
1.Reyes Abadie, Crónica General del Uruguay, p. 218.
2.Revista de la Asociación Rural del Uruguay, 15 octubre 1879.
3.Reyes Abadie, ob. cit., p. 220.
4.Id., ob. cit., 220.
5.Ib., ob. cit., 221.
6.Luis Mongrell 1911, J. P. Barrán y B. Nahum, Historia social de las revoluciones de 1897 y 1904.
7.C. Machado, Historia de los orientales, t. II, p. 166.
8.Reyes Abadie, ob. cit., p. 183.
9.Milton I. Vanger, José Batlle y Ordóñez, pp.
144-148.
10.Edit. El Nacional, Crónica de A. Saravia, t. II,
p. 27.
11.Id., ob. cit., p. 500.
12.B. Nahum, Manual de Historia del Uruguay,
t. II., p. 27.
Bibliografía
Barrán, J.P. . Nahum, B., Historia Política e Historia Económica, EBO, Montevideo, 2002.
Benvenuto, L.C., Breve Historia del Uruguay.
Economía y sociedad. Arca, Montevideo, 1967.
De Herrera, Luis Alberto, Desde Washington,
Cámara de Representantes de la República Oriental del Uruguay, Montevideo, 1986.
Ediciones El Nacional: "Crónica de Aparicio Saravia", t. I y II, 1989.
Gálvez, Manuel, Vida de Aparicio Saravia, Ed. T.O.R., 1957.
Lockhart, Washington, Las guerras civiles, Enciclopedia Uruguaya, N° 19, Montevideo, 1968.
Machado, Carlos, Historia de los Orientales, t. II, EBO, Montevideo, 1986.
Nahum, B., Manual de Historia del Uruguay. 1903-1990, t. II, EBO, Montevideo, 1995.
Reyes Abadie, Washington - VÁZQUEZ ROMERO, A., Crónica general del Uruguay, t. 1, El siglo
XX, EBO, Montevideo, 2000.
Vanger, Milton I., José Batlle y Ordóñez, Talleres Gráficos CODEL, Buenos Aires, 1968.
Zum .elde, A., Proceso histórico del Uruguay, Arca, Montevideo, 1991.
Barrán, J.P. . Nahum, B., Aspecto Social de las revoluciones de 1897 y 1904, EBO, Montevideo.

Material extraído del Almanaque 2004 del Banco de Seguros del Estado