Presentación desde la Adversidad
por Enrique Fagúndez
El ser humano se resiste a la adversidad porque, entre otras razones, abre las puertas a la incertidumbre.
Siendo el cambio nuestro natural, nos aferramos a lo conocido y familiar como si en ello nos fuera la vida.
¿Qué hacer en esas circunstancias?
Penetrar en el caos y estudiar sus leyes tan distintas a las de la rutina y la certidumbre. No es fácil improvisar, existen grandes profesionales que en esos lances se bloquean. Solo preguntando se puede desarrollar un pensamiento crítico y propio. La duda es patrimonio de los fuertes, los débiles e inseguros no se pueden permitir ese lujo. Se agarran a sus dogmas e ideologías como si fueran chalecos salvavidas.
La incertidumbre derivada de una vida paradójica y poliédrica se adapta como pez al océano.
Ante la adversidad es preciso culminar unas etapas que nos preparan para las siguientes:
La negación como escudo.
Enfrentados a un acontecimiento o perdida insufrible, negarlo nos ayuda a procesar y dirigir nuestros miedos. Una variante muy sofisticada de la negación es racionalizar, deporte al que políticos, profesores, periodistas, escritores... dedican horas y horas. Se define como el uso de la inteligencia para secuestrar la verdad.
Miedo y conflicto.
A la paz se llega gestionando el conflicto, si se circunvala este, nos espera una tregua tensa y desconfianza. Es preferible, tener que poner un poco de orden y vaselina en un grupo activo y polémico, que inyectar electricidad y energía en un grupo anémico y plomizo.
¿Tenemos miedos? Señal de que valoramos la vida.
Con el movimiento y el sudor, el miedo inicial se irá disolviendo, nos prepara para eventos y proyectos de enjundia.
Negociando con uno mismo.
En las negociaciones de todo tipo, el miedo, el odio, la desconfianza, y el recelo se hacen patentes, se cuelan y palpan por todos los rincones. También, en la negociación intrapersonal de mis personajes, tan atípica y singular.
La tristeza, ese túnel.
En la fase de la depresión antesala de la aceptación del final, la tentación de arrojar la toalla se hace más palpable que nunca.
Uno ya no está enfadado con el mundo, ni con la familia, ni con el vecino y hasta, ni con Dios.
Es la culpa que se ceba con el más débil, uno mismo.
Institutriz represiva y victoriana, siempre esta enemistada con el placer. Convierte a uno mismo en su peor enemigo, cuando las cuestas bajadas de la vida aconsejan mantener una relación amable y comprensiva. Pero la depresión no solo tiene en su vestidor trajes recriminatorios, también los hay serios, finos y apropiados para las circunstancias.
Es la hora de la tristeza, digna y cálida que nos invita a viajar hacia adentro.
LA ESPERANZA, ESA GRAN APUESTA.
Cuando la serenidad va invadiendo nuestro espíritu, invita a pasear y degustar lo que nos circunda.
Uno, sorprendido in fraganti por la adversidad, se ha engañado interesadamente, ha perdido los nervios, se ha enfadado, llorado desconsoladamente, deprimido y ahora la esperanza tira de lo que queda de él.
Al abrigo de la esperanza entremos con respeto en el acogedor aposento de la calma aceptación.
Si es en compañía de otros, el proceso de adaptación se agiliza y consolida mejor.
Del libro “Desde la Adversidad”, de Santiago Alvarez de Mon, doctor en Sociología y Ciencias Políticas, licenciado en Derecho y master en Economía y Dirección de Empresas.
Su libro ha sido el puntapié inicial para realizar estas líneas que pretendo compartir con todos, escribiendo sobre Negocios, de la manera que los entiendo y desde un punto de vista distinto al ideal, porque precisamente será “Desde la adversidad”.
Un gran abrazo.
Manolo, desde la Adversidad