" Haz de Internet una gran plataforma de comunicación, no la conviertas en una cloaca de maldad" preHacker.Hacker Digital.
Año II - Nº 65 - Uruguay, 13 de febrero del 2004

El Estado, tan querido y tan vilipendiado
El fantasma demográfico sobrevuela Medio Oriente
Lula, desde Brasil se impulsa un cambio de estrategia
¡Ya tengo los papeles!
Ojos Uruguayos en Brasil
Cabo Polonio. Fantasía y Realidad
La Radiodifusión en Uruguay
Ecos de una visita
Chairando Ideas
Más represión de Fasano
Sucedió en España
Hurgando en la Web
Pretenden recurrir la Ley de Extranjería
Anécdotas Bancarias - Mi concurso para el banco
Ya que no te puedo vender, te licito
Judíos y Antisemitas
Soriano te invita al Grito de Asencio
Visita
Rincón de Sentimientos
El Interior también existe
Olvidémonos de las Pálidas
El Marinero
Correo de Lectores
Humor Uruguayo

 

 

ANECDOTAS BANCARIAS
Por Rubén López Arce


Mil cosas han sucedido durante toda una vida de trabajo.
Sucesos jocosos, de irresponsabilidad, tonterías, en fin, aconteceres que palpitan sentimientos y actitudes.
En una anécdota nos toca ser héroe, y en la historia siguiente somos infractores, representamos la inocencia y al instante conformamos el personaje que ha transgredido disposiciones superiores.
El anecdotario debe ser así, no con ánimo de sobresalir, sino con ánimo de ser sincero. Las cosas sucedieron y así las contamos. Aquí van mis historias, muy sencillamente narradas, en las que me tocó intervenir en todo el espectro de actitudes.
Los personajes que en ellas intervienen son reales, a veces son nombrados pero muchas veces he preferido dejarlas en el anonimato o con nombres supuestos, totalmente seguro de que al leerlas, cada uno de ellos verá y comprobará la sinceridad de mis narraciones.-

RUBEN LOPEZ ARCE

MI CONCURSO PARA EL BANCO

Terminados mis estudios en Rocha, llegó la hora de pensar en mi porvenir. Decidí venir a Montevideo, para continuar mis estudios en Facultad, lo que implicaba radicarme en la gran ciudad. La posibilidad de lograrlo era presentarme a concurso de aspirantes a Auxiliar del Banco República.
Corría el año l957. Yo trabajaba por entonces en Rocha, con un escribano muy conocido. Aproveché esa circunstancia, para venir por primera vez a Montevideo, dos días antes de la prueba y realizar los trámites previos al concurso. Me alojé en el apartamento que el Escribano tenía en la Capital y que gentilmente me había ofrecido como residencia. Dicho profesional y su familia vivían en Salto y Cebollatí. El examen era en Gral. Flores y Concepción Arenal, la Agencia Flores del Banco República.
Era una mañana hermosa y yo debía concurrir a ese lugar a las 13 horas. Me puse en campaña desde muy temprano, sumido en un estado de nervios, totalmente comprensible.
Con los temores del caso y venciendo las mil dificultades que yo sabía debía superar, me sentía dispuesto a enfrentar la difícil situación. Yo no podía escapar a mi realidad, nunca antes había venido solo a Montevideo. La esposa del escribano, bellísima dama que recuerdo con inmenso cariño, me dijo:
-Debes tomar el 149, que va por Gonzalo Ramírez, lo tomas a una cuadra de aquí, en la otra esquina. Debes bajar del ómnibus en el Palacio Legislativo, y caminar cuatro o cinco cuadras por General Flores. Cualquier persona mayor que veas en la parada te va a indicar cuál es la Av. Gral. Flores y quédate tranquilo que nadie te va a negar ayuda en caso de necesitarla.
A las 12 horas me fui, pletórico de entusiasmo pero... lleno de nerviosismo.
Tomé el famoso 149 y después de mucho rato de viaje, pregunté tímidamente al guarda:
-Señor, ¿falta mucho para el Palacio?
-Claro que falta mucho, muchacho, tenés que tomar el 149, pero para el otro lado...
Yo no lo podía creer..., la angustia y el desespero se apoderaron de mí a niveles insospechados. No sabía dónde estaba, ni sabía adónde iba, luchando contra el factor tiempo.
Desesperado, me bajé, mis piernas temblaban y sentí que el aire no llegaba a mis pulmones. Crucé a la vereda de enfrente y tomé el tan ansiado ómnibus 149, en la dirección correcta.
Venía repleto de gente y como pude esquivé la doble hoja de la puerta mientras se cerraba detrás mío...
Me sentía incómodo, transpirado y presa de una ansiedad incontenible. Habían pasado cuarenta minutos, cuando vi el Palacio Legislativo. Me bajé del ómnibus, pregunté por la Av. Gral. Flores y casi corriendo llegué a Concepción Arenal.
Me di cuenta de ello en virtud de la muchedumbre que había frente al Banco. Eran los concursantes.
Un sudor frío corrió por mi espalda. Me sorprendí tremendamente al ver aquella aglomeración, un mundo de gente y en mi interior, comencé a ubicarme en mi real situación.
Corrí al bar de enfrente y recuerdo perfectamente que pedí una grapa aunque yo muy pocas veces había tomado ese tipo de bebida.
La gente aspirante comenzó a entrar al Banco y tras ella fui yo, mirando en derredor y sin poder reencontrarme conmigo mismo, aunque la grapa hacía sentir sus efectos.
Nos ubicaron en un enorme salón alargado, en el primer piso, donde no menos de cuatrocientas almas iban detrás de los treinta cargos que ofrecía el concurso. Me senté en el fondo sin hablar con nadie, pensando qué posibilidades tenía yo frente a tanta gente que venía con las mismas pretensiones que yo. Mis nervios iban creciendo, mi corazón latía superando los límites de velocidad y mi mente, automáticamente, me sugirió... la retirada.
Como un robot me levanté y avancé hacia el frente, donde estaba el ascensor y la salida. Yo quería irme, quería huir, jamás podría tener posibilidades frente a los numerosos estudiantes copetudos de la capital.
No sentía ningún ruido a mí alrededor y seguía caminando, sin pensar en otra cosa que escapar de aquel infierno, aquel revoloteo de personas hablando, gesticulando y moviéndose permanentemente, de aquel hormiguero de gente que se movía a mí alrededor y donde yo, por razones obvias, desde mi punto de vista, no estaba en condiciones de competir.
Ya quería estar afuera, respirar aire puro... Estaba a escasos diez metros del ascensor, cuando sentí aquella voz gruesa, impostada, autoritaria, que me gritó desde el estrado donde estaban las autoridades del concurso.
-¿Y UD. JOVEN, ADÓNDE VA? VAMOS..., SIÉNTESE DE INMEDIATO QUE VAMOS A COMENZAR LAS PRUEBAS. ¡¡RÁPIDO, A SU LUGAR!!...
La media vuelta fue automática, inconsciente mecánica, y por lógica, presurosa, y sin pensar nada más, porque ya no había tiempo, ni era necesario, casi corrí al lugar que me habían asignado.
Comenzó la prueba. Muy íntimamente yo me tenía mucha fe, y ahora, casi diría estimulado, después del rezongo del Encargado, pero siempre dudando de mis posibilidades y vislumbrando un fracaso, frente a tantos y tan calificados contrincantes.
El concurso duró varios días, y si bien me mantenía en un estado de nerviosismo casi permanente, no volví a cometer el error del ómnibus, ni a buscar el apoyo de la grapa del primer día.
A los pocos días de haberse cumplido todas las pruebas, me llamaron por teléfono para que concurriera al Banco a enterarme de los resultados.
Ni yo lo podía creer. Me resulta sumamente difícil describir la emoción que sentí, cuando me dijeron que había obtenido el décimo puesto en el concurso.-
Me sentí feliz, feliz y tranquilo y volví al pueblo orgulloso de mi actuación y mi triunfo.
Tenía que preparar mi separación definitiva del hogar paterno, porque debía iniciar mi carrera como bancario en la Capital, en forma casi inmediata, hechos estos que dan lugar a otras historias.
Eso sí..., jamás olvidaré aquel grito autoritario y gutural que en forma tan fulminante me sacó de un estado realmente calamitoso y catatónico.
De no haber sido por ello, sin duda alguna, mi vida hubiera tomado quién sabe qué derroteros...