EXILIO EN MI PAGO CHICO
por Juan Ramos
Que soy orgulloso de ser Olimareño?...no tenga ninguna duda¡¡¡;quién no se enorgullece de decir: Soy de Treinta y Tres, de la tierra de Rubito Lena, de los Olimareños, del Pago más oriental¡¡¡
Haber nacido a orilllas del Olimar, significa mucho para un ser convencional como yo, significa tener y pensar como olimareño, porque piensan de otra manera, porque no quieren dejar morir sus raíces de poetas y guitarreros mentados desde el norte al sur del paisito. Tal vez sean genes sociales heredados o instrumentados por el contacto esporádico que todos los Olimareños, sin ecepción, tenemos con las raíces del Olimar.
Y no he de ser la ecepción; cuando era apenas un “,gurí bigoteando”,haciendo intentos humildes de montevideano, no encontraba falda más agradable que la de tio Julio. Lo que me costó encontrar la famosa calle “La Gaceta”,que moría en el Zoológico y después del bar de la esquina, era media cuadra más… y allí estaba esa Embajada de Treinta y Tres en pleno Pocitos viejo¡¡¡
Era un camino angosto, lleno de árboles y plantas, y parecía que entrabas en el mismísimo monte del Olimar, o por lo menos, fué la sensación que me produjo, aquella primera visita de sobrino natural,”aceptado como de la misma sangre”.Sí, fue Tío Julio que me arrancó el trauma de sobrino natural; mi madre era hija reconocida por abuelo Chico, pero yo ya era nieto, nieto para mi abuelo, pero me costaba ser sobrino de tíos tan lejanos, que me llevaban pocos años de diferencia. Pero Julio Da Rosa tuvo la gran paciencia de conversarme despacito, de darme mucho cariño y lo mas importante, darme una familia.
Son inolvidables los fines de semana, que pasé en compañía de Juan Justino, Mariela y aquella barra de gurises, la mayoría montevideanos con un gran amor a las cosas de tierra adentro. De Tía Esther y sus tortas de chocolate con café con leche ,siempre conversando y nosotros guitarreando, y yo teniendo padres y hermanos de veras, como en las mejores familias. Con amigos postizos que jamás volví a ver, y que tal vez, jamás vuelva a ver, pero cuyo recuerdo es imborrable. Hasta el día de hoy, me pregunto por que no recuerdo sus nombres, pero no olvido sus caras, sus risas de mate amargo, su complicidad de una cañita robada, de la famosa bodega de Tío Julio(una cachimba vieja disfrazada de alambique); o de su magistral clase de guitarra, en las madrugadas interminables de aquel paraíso Olimareño. Porque allí todo era Treinta y Tres,si hasta el perro lloraba cuando cantábamos Recuerdos del Olimar”¡¡¡
Y que triste era cuando la cañita picaba en la garganta, y traía los recuerdos a la mente¡¡¡;nos peleábamos por hablar del pueblo, y los gurises de Montevideo no entendían nada, pero se le veían en los ojitos su interés por las cosas del pago que nos vió nacer.
Y toda esa tristeza me la pude curar en “mi pueblo de adopción”;si,soy hijo de Treinta y Tres y “entenao” de Rocha, y más exactamente de esta “República Popular” que es el Chuy, su gente, su entorno. Porqué si hay entenao agradecido de esta Patria Chica, ese soy yo. Mi infancia pasó en Chuy, por razones laborales de mi padre, y allí aprendí todo lo que un niño debe aprender, desde las ruedas de trompo de Costalaro, hasta las cacerías de cotorras en el Monte de la T, pasando por los circos que acampaban en la esquina de mi casa, donde éramos trapecistas, payasos y domadores, de bichos asombrosos, que se veían como un sueño.
Las reuniones en el almacén de Don Chico Acosta, cambiando figuritas, con los hermanos Larrosa (El Nenito, Marinela y Heberito), los Alegre(Heber, el Cacho, Nilva y Chelita),el Dani, Evanil y el chiquito,”los hijos del bolichero”; y un montón de gurises de fuera del barrio, que se mandaban hasta allá, porque en ese boliche salían” las selladas”(figuritas que eran difíciles de conseguir).
Y un montón de recuerdos que, de a poco intentaré reconstruir.
No existe mejor niñez que la de un gurí de pueblo chico, pues para empezar, todo el pueblo es cancha de fútbol, con campitos para remontar cometas, con esquinas de tierra para la troya de trompo o de bolita, con los árboles de naranjas que, en aquella época, existían en cualquier patio y que eran a discreción, para los gurises de las casa y todos los que se acercaran. Por eso digo, que eran otras épocas, había más solidaridad, más confianza y mayor complicidad con la gente menuda, nos sentíamos respaldados en cualquier esquina del Pueblo. Éramos pocos y nos conocíamos todos. La máquina del progreso llegó mucho después, pero nos permitió vivir esa inolvidable etapa de la vida de ser verdaderos gurises de la calle, hoy concepto totalmente opuesto a aquella época, los gurises de la calle son los niños y niñas que andan pidiendo un pedazo de pan para llenar su barriga flaca. Ayer éramos gurises de la calle los que salíamos el sábado y a veces el domingo, de mañana temprano y recalábamos a mediodía en alguna casa, comíamos y seguíamos trillando aquel patio grande, extensión ilimitada de nuestras casas y de nuestras aventuras de infancia.-.
Juan Albañil