RECORDANDO A JULIÁN MURGUÍA
Égloga en prosa al autor de la “Crónica de los hombres libres”
|
|
|
por Graciela Vera
Periodista independiente
|
|
Estaba repasando artículos publicados en Informe Uruguay y me puse un poco triste cuando en uno de ellos leí:
"La bala que te pegó,
a todos nos mató un poco...".
(Julián Murguía)
|
Podía estar triste por aquel Aparicio cuya muerte nadie duda que cambió la historia de nuestro país, pero entonces debería preguntarme como Julián “¿dónde estas general de poncho blanco…”; también podía sentir tristeza porque de tanto escucharlas, las cintas grabadas que traje de Uruguay, apenas si conservan sonido. |
Con seguridad cuando vaya por Montevideo me aprovisione de música nuestra. Incluso de aquella que ya se ha convertido en clásicos, bien porque los grupos se han desintegrado como Los Olimareños, o bien porque como Julián, ahora le están cantando una zamba al Tata Dios… por allí andarán entre tantos, Zitarrosa… Santiago Chalar, al quienes aún me parece escucharlos:
“Minuano donde tu vayas
no te canses de decir
que si Dios baja a la tierra
por el altar de la sierra
baja en Minas y en abril”. |
Yo tuve la suerte de ver Minas en pleno mes de abril y de verla también encendida en fogones cantándole al General y también fui afortunada por llegarme a la Patria Chica de Tacuarembó o sentarme junto al Yi, siempre escuchando esas canciones que aunque la música las universalice, los sentimientos las mantienen muy unidas a nuestras raíces.
¡Qué razón la del Zita cuando cantando afirmaba!:
“Qué mala suerte tienen los que quisieran
que el hombre por leguaje se dividiera.
Cuando el hombre comprende sus intereses
el planeta se achica y su idioma crece”. |
Evocar casi siempre nos pone nostálgicos y más cuando se recuerda a los amigos que ya no están.
Conocía a Julián Murguía por sus poemas aprendidos como cantos y por su “filosa espada” transformada en mordaz lengua en los incendiarios artículos del tantas veces clausurado por la dictadura, semanario “La Democracia”.
¡Vaya paradigma! A la democracia sólo la clausura una dictadura. Y precisamente una de esas genialidades a las que tan acostumbrados nos tuvo el gobierno militar en sus últimas etapas fue lo que nos llevó a conocernos personalmente.
La verdad que fueron los militares con su manía de arquitectos paisajistas sin título y nuestros hijos.
El menor de sus hijos y el menor de mis hijos varones coincidieron en la misma clase en la escuela Chile de la calle Maldonado, cuando a las autoridades de Primaria se les ocurrió quitarle, hacer desaparecer de la escuela el patio arbolado, o mejor dicho robárselo al recreo de los niños para construir allí un liceo… el edificio propio para el liceo que malamente venía funcionando en el tercer piso del mismo bloque escolar.
Posiblemente los padres y los maestros de aquella época se acuerden de lo que debimos pasar defendiendo cada centímetro de nuestro patio escolar.
Había una guardería para hijos de funcionarios de Primaria, pero que no dejaba de ser una guardería privada, que ocupaba el subsuelo y parte del patio. Ya un pedacito de patio nos estaban quitando.
Esa parte que utilizaban los niños de la guardería estaba vallada y siempre había alguien cuidando que los juegos que había dentro de esa valla, que en definitiva no era otra cosa que un cordón, no fueran utilizados por el resto de los niños que concurrían a la escuela.
Y en la escuela había clases jardineras con pequeños de familias muy humildes que quedaban embelezados mirando aquellos subi-bajas, toboganes, y todo aquel derroche pintado de colores llamativos y brillantes.
En el patio escolar solamente había árboles y eran tan generosos que le daban sombra hasta a aquellos juegos prohibidos para sus niños.
Pero si nos molestaban por la discriminación que significaban, no eran los juegos los que nos preocupaban más por aquella época.
Estábamos en tiempo de vacaciones cuando alguien pudo de alguna forma enterarse que se proyectaba construir un edificio para el liceo ¿sería el “27”?, tal vez porque me viene a la mente ese número pero no puedo afirmarlo; identificarlo es lo de menos, vale decir que era el liceo cuyo funcionamiento obligaba a que un día por semana cada clase tuviera que dar la lección en la escalera.
Era tan amplia la escuela, tan cómoda, con sus tres plantas y subsuelo, que todos se consideraron con derecho a quitarle un trozo. Y el liceo se quedó por años con la planta superior.
Y faltaban salones, y por eso un día a la semana los chicos de la clase correspondiente llevaban un almohadón para sentarse en los escalones de la amplia escalera central.
Seguro que los maestros no se olvidan de estas incomodidades y menos cuando cada cambio de materia en el liceo significaba la desbandada de los alumnos bajando en tropel esas escaleras.
Recuerdo que estábamos en dictadura. Que todo se hacía con cierto (o mucho) temor, pero nosotros queríamos a la escuela y esas vacaciones comenzamos a juntar firmas.
Me acuerdo cuando los militares propusieron un plebiscito para cambiar la Constitución y el pueblo les dijo un ¡NO! muy grande. Bueno, acá pasó casi lo mismo: cada firma decía “no”, sin temor a estampar junto a la rúbrica el número de documento identificatorio.
|
“Ven a ese criollo rodear, rodear, rodear...
Los paisanos le dicen: —Mi general.
Va alumbrando con su voz la oscuridad
y hasta las piedras saben adonde va.
Con libertad, ni ofendo ni temo.
¡Qué don José!
Oriental en la vida y en la muerte también.
Ven a los indios formar el escuadrón
y aprontar los morenos el corazón.
Y de fogón en fogón se oye la voz
—Si la patria me llama aquí estoy yo.
Con libertad, ni ofendo ni temo.
¡Qué don José!
Oriental en la vida y en la muerte también”. |
Comprendan que por entonces es posible que nos sintiéramos un poco indios formando un escuadrón y reclamábamos la libertad con la cual ni ofenderíamos ni temeríamos nunca; aquella protesta contra una disposición que afectaba la comodidad de nuestros niños nos hizo rebeldes y como decía Rúben Lena “si la patria me llama aquí estoy yo” y en nuestro fuero interno nos repetíamos “si la escuela nos llama aquí estamos nosotros”.
Pasaron los meses y nada parecía poder cambiar las geniales ocurrencias de los jerarcas. Julián había escrito varios artículos en la contraportada del semanario y en una reunión de padres yo aludí a los mismos sin imaginarme que quién estaba dos filas detrás de mí era precisamente el autor.
El conoció a la madre del amigo de su hijo. Yo conocí al padre del amigo de mi hijo. Los chicos ya eran casi inseparables por esa época. Los problemas de la escuela nos habían hecho amigos.
Tuvo que llegar la democracia para solucionar aquel entuerto pero seguro que sin tantas movilizaciones no hubiera sido posible detener el inicio de las obras de construcción.
Julián ya no tenía hijos en edad escolar. A mi me quedaban aún muchos años de comisiones de fomento apoyando a la escuela mientras me encontraba conque, ahora era también madre de un alumno de aquel nefasto liceo.
¡Y claro, había que poner el granito de arena para conseguir que alguien se interesara en que tuviera su propio local!
Esa es otra historia, el liceo se trasladó a la Ciudad Vieja y a los pocos años pasó a ser liceo de adultos y a poca distancia de la escuela, por la calle Andes, Secundaria adquirió un local para ubicar el Liceo Nº 1 que absorbió los alumnos del ¿27?
El hijo de Julián no fue a ese liceo pero quizás porque nos conocimos en una escuela, entre tantos de sus escritos, entre tanta poesía, tantos artículos, tantos cuentos donde reflejaba como pocos la vida campesina, esta lección magistral me parece lo más adecuado para el broche final de estas elucubraciones mías, no sin obviar que me he dado cuenta de que quiero seguir escarbando en tantos recuerdos.
"EL HOMBRE EN LA TIERRA
Mientras tú vas a la escuela, hay un hombre en la tierra.
Mientras tú vas a jugar, o a la playa, hay un hombre en la tierra. Hay un hombre que planta y que ara.
Que siembra y cosecha. Que arrea animales. Que esquila y carnea.
Salvo los pescados, toda la comida que a tu mesa llega, viene de la tierra. El pan y la harina. Porotos, lentejas. Todas las verduras vienen de la tierra. Y también la carne. Y también la yerba.
Para que tú existas y vivas y crezcas, tiene que haber tierra. Para que tú estudies. Para que tú juegues.
Mas la tierra sola, de nada nos sirve sin el hombre en ella.
Todos dependemos del hombre en la tierra.
Tú no jugarías, ni irías a la escuela y no habría ciudades si no hubiera, siempre, un hombre en la tierra". Julián Murguía.
Almería 27 enero 2003