Varios finales inéditos
Por: Fernando Pintos
Siempre he disfrutado mucho con las fábulas, esos relatos de animales que hablan y se comportan como humanos, los cuales siempre van adornados con una moraleja final. Pero, al paso que vamos, Esopo, Samaniego, lriarte y La Fontaine, los maestros de aquel género, se están quedando obsoletos. Por eso creo que hoy, en esta época tan diferente, la mayor parte de aquellos encantadores relatos tendría unos finales absolutamente diferentes.
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Caso 1. Ved, si no, aquello de la zorra y las uvas. Furiosa por su fracaso, la raposa púsose a caminar por el bosque, tironeándose los pelos del hocico y gritando a otros animales unos disparates de tal calibre que mi pluma se resiste a transcribirlos. Entonces, llega a un
supermercado y encuentra unas botellas de vino chileno en oferta. La zorra medita el asunto: ¿Acaso el vino no se hace con uvas?, soliloquea. De tal guisa, este personaje se puso allí mismo la borrachera del siglo... ¿Y qué decir de la resaca, que le duró por tres días? Moraleja: si no tienes uvas, bueno es el vino.
Caso 2. He aquí a la gallina de los huevos de oro. Por siglos se especuló con la idea de que el culpable de su infame asesinato había sido el zopenco de su dueño. Pero resulta todos estaban equivocados.
En realidad, el causante de aquel lamentable desastre no fue otro que un ministro de Economía y Finanzas.
Moraleja: gobiernos y burocracia, en todas las épocas hubo (y habrá, lo cual es peor).
Caso 3. Contemplemos al diminuto ratoncillo que se burlaba del elefante. En realidad, era una ratoncilla. Como suele suceder en las telenovelas, los dos dispares personajes se enamoraron, pasaron por el altar y, después de una accidentada noche de bodas, vivieron felices... Hasta que él se fugó con su secretaria, una astuta musaraña que se pasaba todo el día diciéndole: "Eres todavía más bello que Vincent Price". Moraleja: los diamantes son eternos… Pero el amor, ¿quién sabe?…
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Caso 4. Y ahora, veamos la cigarra y la hormiga. Ésta no conoce el descanso (si sigue así, terminará en el seguro social o en una clínica siquiátrica), mientras que la irresponsable cigarra deambula caóticamente por el bosque, dedicada exclusivamente a cultivar la chunga, la guasa y el pitorreo. Ahora bien, ¿irá la inconsciente disoluta a implorar clemencia de la industriosa hormiguita una vez llegado el crudo invierno? ¡Nada de eso! La cigarra no sólo era una libertina escandalosa. También traficaba drogas. Y además, lavaba dólares. Por tanto, se fue al Caribe, para seguir la farra debajo de alegres palmeras.
Moraleja: cosas veredes, Sancho amigo… Damas y caballeros, tengan ustedes muy buenas noches.