Año II - Nº 78 - Uruguay, 14 de mayo del 2004
 
Intolerancia, fascismo y totalitarismo
Visiones y preguntas. Cavilaciones poco profundas
"Papagayo Azul" emprendió vuelo por los niños
¿Las libertades individuales, se respetan?
El Departamento está con miedo
Una historia increíble, ¿persecución o equivocación?
El cine uruguayo

¿Destino, búsqueda o construcción de la utopía?

Chairando Ideas
Sucedió en España
Preparándonos para las lluvias...
El circo "López Hermanos"
Cuando ser uruguayo da vergüenza
Así somos
Hurgando en la web
Anécdotas Bancarias: El derecho de piso
Nutrición, obesidad y sobrepeso
Irak, de la doctrina Rumsfeld a la derrota final
"El Cuba", el último matrero
Los acuerdos comerciales
Información Ciudadana
La Cocina Uruguaya
Rincón de Sentimientos
El Interior también existe
Olvidémonos de las Pálidas
Las Locuras de El Marinero
Correo de Lectores

 
Mil cosas han sucedido durante toda una vida de trabajo.
Sucesos jocosos, de irresponsabilidad,
tonterías, en fin, aconteceres que palpitan sentimientos y actitudes.
En una anécdota nos toca ser héroe, y en la historia siguiente somos infractores, representamos la inocencia y al instante conformamos el personaje que ha transgredido disposiciones superiores.
El anecdotario debe ser así, no con ánimo de sobresalir, sino con ánimo de ser sincero. Las cosas sucedieron y así las contamos. Aquí van mis historias, muy sencillamente narradas, en las que me tocó intervenir en todo el espectro de actitudes.
Los personajes que en ellas intervienen son reales, a veces son nombrados pero muchas veces he preferido dejarlas en el anonimato o con nombres supuestos, totalmente seguro de que al leerlas, cada uno de ellos verá y comprobará la sinceridad de mis narraciones.-

DERECHO DE PISO

Junio de 1958.
Hacía 20 días que había ingresado al Banco. Recién llegado del Interior, estaba tratando de adaptarme a aquel mundo nuevo para mí. Me asignaron a la Sección Redescuentos.
Uno de los compañeros, ya veterano por lo menos para mis jóvenes años, se me acercó muy serio y me habló del balance de tarjetas perforadas, aquellas que emitía el Departamento de Informática en los primeros pininos de la computación, a nivel del Banco.
Era un enorme fichero giratorio, abarrotado de tarjetas y según me dijo uno de los compañeros de mayor antigüedad en el banco, yo debía contarlas, una por una, para conciliar cifras con la contabilidad de la Sección y que a su vez él controlaría con Informática.
No estaba yo, ni por asomo en condiciones de poner en duda o protestar la orden, no sólo por desconocimiento del asunto sino también por el propio respeto que aquel funcionario superior me inspiraba.
Me aboqué a contarlas, poniendo como me indicó, especial cuidado de no equivocarme, so pena de volver a realizarlo, y colocando separadores cada 50 tarjetas ante la eventualidad de un recuento. Pasaron las horas. Me dolían las manos y se me acalambraban los dedos... las tarjetas eran duras, muy filosas, aquellas perforadas tan difíciles de maniobrar. Conté muchos cientos y ya cansado y fastidiado ante tarea tan engorrosa, me levanté de mi silla para ir al baño...
Recién entonces me percaté de la situación... todos mis compañeros se estaban riendo solapadamente de mí... yo había dado muestras de mi inocencia, y ellos gozaban a rienda suelta de su chanza. Nadie tuvo en cuenta la visible preocupación con que yo había encarado una “orden superior”. Al final reíamos todos, pero yo... lógicamente, había aprendido la lección.