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Año II - Nº 90 - Uruguay, 06 de agosto del 2004
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Un informático de toda la vida decidió por fin tomarse unas vacaciones. De forma inesperada, se formó un tifón que hizo naufragar el barco en pocos minutos. Cuando el hombre volvió en sí, se encontró en una playa sin nadie a su alrededor, ni víveres ni nada que no fueran plátanos y cocos. Acostumbrado a la vida en centros de cálculo, este hombre no tenía ni idea de qué hacer. Se pasó los siguientes cuatro meses odiando los plátanos, bebiendo coco, añorando su vida pasada y fijando su mirada en el horizonte en busca de un barco que viniera a rescatarle. Un día estaba tumbado en la arena cuando percibió por el rabillo del ojo algo que se movía. Era un bote de remos y en él iba la mujer más hermosa que había visto jamás. Ella llegó remando hasta él, quien preguntó asombrado: "¿De dónde has venido?, ¿cómo has llegado hasta aquí?". "Vengo remando desde el otro lado de la isla. Vine a parar aquí cuando mi barco se hundió", respondió ella. -"Asombroso", dijo él. "No sabía que hubiera habido más supervivientes. -"Estoy yo sola", dijo la mujer. "Y la mar no llevó esta barca a la playa, ni nada de nada". Él estaba confuso y preguntó: -"Entonces, ¿cómo has conseguido la barca?". -"Es fácil", repuso la mujer. "Yo misma hice la barca de materiales que he ido encontrando por la isla. Los remos están hechos con troncos de árboles de caucho, el fondo lo tejí con ramas de palmera, y los laterales y la popa está hechos de madera de eucalipto". -"Pe..pe..pero eso es imposible", tartamudeó el hombre. "No tienes herramientas, ¿cómo has podido hacerlo?". -"¡Ah! No ha habido ningún problema en eso," replicó la mujer. "Al sur de la isla hay unos estratos poco comunes de roca aluvial. Me di cuenta de que si lo calentaba al sol hasta una cierta temperatura, podía obtener una especie de hierro bastante dúctil. Lo utilicé para hacer algunas herramientas y, con ellas, el resto del material que necesitaba. Pero basta ya de hablar de estas cosas. ¿Dónde vives?". Bastante avergonzado, el hombre contestó que había estado durmiendo en la playa todo el tiempo. -"Bien", dijo ella. "Ven conmigo a la barca y vayamos donde yo vivo". Después de unos pocos minutos remando, ella atracó el bote en un pequeño embarcadero. El hombre miraba el lugar al que habían llegado. Delante de él, se abría un camino de piedras que conducía a un pequeño bungalow pintado de azul y blanco. Mientras la mujer amarraba el bote con una cuerda tejida en cáñamo, el hombre solamente era capaz de permanecer de pie mirándolo todo como atontado. Mientras caminaba hacia el interior de la casa, ella dijo de modo informal: -"No es gran cosa, pero yo le llamo mi casa. Siéntate por favor, ¿te apetece beber algo?". -"No, no gracias", dijo él todavía aturdido. "Soy incapaz de beber una gota más de zumo de coco". -"No, no es zumo de coco", replicó la mujer. "Tengo varios refrescos, ¿Qué tal una piña colada?". Tratando de esconder su continua y creciente vergüenza, el hombre aceptó y ambos se sentaron en el sofá a charlar. Después de que hubieran intercambiado sus historias, la mujer dijo: -"Si no te importa, voy a ponerme algo más cómoda. ¿Te gustaría darte una ducha y un afeitado? Hay una maquinilla de afeitar arriba en el armario del cuarto de baño". Sin preguntar nada más, el hombre fue al baño. En el armario había una maquinilla hecha de hueso tallado. Dos conchas afiladas se ajustaban a presión a ambos lados de un eje en cuyo extremo había engarzado un mecanismo giratorio. -"¡Esta mujer es increíble!, exclamó el hombre. "¿Con qué me sorprenderá la próxima vez?". Cuando él volvió, se encontró que la mujer llevaba como único atuendo unas hojas de parra estratégicamente situadas y un intenso aroma a magnolias. Ella le hizo señas con la mano para que se sentara a su lado. -"Dime", comenzó a musitarle con voz sugerente mientras se sentaba más cerca de él. "Hemos estado aquí durante mucho tiempo. Te habrás sentido muy solo. Estoy segura de que hay algo que realmente te gustaría hacer ahora, algo que has estado añorando durante todos estos meses. ¿Verdad...?", dijo mirándole a los ojos directamente. Él no podía creer lo que estaba oyendo y dijo: -"No jodas... no me digas que puedo leer desde aquí mi correo electrónico........." |
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