" Haz de Internet una gran plataforma de comunicación, no la conviertas en una cloaca de maldad" preHacker.Hacker Digital.
Año II - Nº 62 - Uruguay, 23 de enero del 2004

El Primer Uruguayo en la Luna
Voracidad Fiscal
Salvajada Impositiva
Contrabando... ¿hormiga o tatú?
Sucedió en España
El hombre que superó su obra
Otra vez Paul Krugman
Ojos Uruguayos en Brasil
Chairando ideas...
Anécdotas Bancarias
Se olvidaron del Tratado de 1889
Uruguayos Enojados
Finalmente primó la cordura
Proyecto Uruguayo de Investigación
Simplemente una historia de emigrantes
Hurgando en la Web
Pensando desde adentro
Para salir de la crisis...
Ecos de la semana
País del tercer mundo, ciclista del primero
En el Río de la Plata se prendió un puntero
Rincón de Sentimientos
El Interior también existe
Olvidémonos de las Pálidas
El Marinero
Correo de Lectores
Humor Uruguayo
 
 
 
 
 

 

Hurgando en la Web
El Uruguay que no conocemos

A fines de 1856 once valdenses abandonaron Villar Pellice, ubicada en el triángulo fronterizo italo-suizo, con destino, como tantos en la época, a un Uruguay generoso y vacío.

Como todos los inmigrantes, traían un equipaje lleno de hambre, miseria y muchos sueños. Sin embargo, con ellos no empezaba una historia más. También cargaban, ellos y todos los que vinieron después, con una larga convivencia religada en una fe común durante ocho siglos.

Quedaban atrás el refugio alpino, las luchas por la emancipación y la

sobrevivencia, y se abría la aventura del diálogo que, entre el hermetismo y la apertura enfrentarían con una comunidad más desarticulada que integrada.

EL GHETTO ALPINO

La denominación valdense que refiere simultáneamente a una comunidad religiosa y a un sitio geográfico, proviene de la acción de un hombre, Pedro Valdo o Valdesio. Alrededor del año 1170 éste encabeza en la ciudad francesa de Lyon el movimiento de los pobres de Lyon, surgido a partir de su renuncia a todos sus bienes y su osadía de traducir los textos bíblicos a la lengua vulgar.

Perseguido y condenado como herético, el grupo comienza su periplo pasando primero al Languedoc, luego a Lombardía en el norte de la península itálica, para finalmente encontrar su refugio final en los Alpes Cocianos.

Instalados ya a comienzos del siglo XIIl en el Valle Pellice y de Chisone-Germanasca, los valdenses consolidan un conjunto de definiciones teológicas que los apartan de la Iglesia Católica: la reivindicación del alcance popular que deben tener las sagradas escrituras, la de su autonomía como comunidad, la posibilidad de consagración de los sacramentos por cualquier creyente.

Estas y otras singularidades son

predicadas por los itinerantes barbas, término que en su dialecto significa persona anciana o tío, pero que en boca de los valdenses tiene un sabor polémico: el ministro tenía autoridad pero no poder: era un anciano pero no un sacerdote: tío pero no padre como los curas.

El siglo XVI es tiempo de Reforma y de definiciones para muchos grupos disidentes. En el encuentro de Angrogna de 1532, que pasará a la historia como el "Sínodo de Chanforán", la comunidad adhiere al protestantismo en su vertiente calvinista. Como sostiene L. Santini, "esta instancia marca el fin de la historia del movimiento valdense y el comienzo de la Iglesia valdense".

LA TIERRA PROMETIDA

En su libro El templo y la escuela. Los valdenses en Uruguay, Roger Geymonat aborda la trayectoria de una parte de esa comunidad que elige, como tantos pueblos europeos en la época, una cuenca del Plata sedienta de brazos. No obstante no es ésta una historia más de inmigrantes que se suma a las ya existentes en la historiografía local. Es también la penetración en una forma de religiosidad aún vigente en el país; un viaje hacía el diálogo intercomunitario en la tarea de construcción del ser colectivo nacional, y también un avance de una historia del Protestantismo en el Uruguay que todavía está por escribirse.

A pesar de presentarse, en relación a otras corrientes que arribaron al país, como un cuerpo social más cerrado que se autopreservó frente al medio y pese a practicar la fe protestante, los valdenses "deben ser incluidos dentro de ese multifacético universo que llamamos inmigraciones italianas. Porque -agrega el autor- ellos se sintieron parte de la italianidad".

El proceso de instalación y asentamiento de la colonización valdense en el Uruguay, de acuerdo a los períodos que se presentan en el texto, reconoce diversas fases. Entre 1857 y 1878 llegan los primeros contingentes que, luego de una breve estadía en el departamento de Florida, se ubican en la zona del Rosario Oriental. Surgen así Colonia Valdense, la colonia-madre, y Colonia Cosmopolita.

Hacia el '900 la población conoce un crecimiento espectacular que se corresponde con la expansión de la colonización agrícola, la adquisición de tierras y la fundación de nuevos núcleos. A fines del siglo XX los pueblos de Ombúes de Lavalle, Riachuelo, Artilleros, Rincón del Sauce, Tarariras-Quinton y San Pedro diseminan a las familias recién llegadas por los departamentos de Colonia y Soriano.

La "diáspora organizada",como elige

calificarla Geymonat, fue posible gracias a la acción dirigida de algunos pastores de la Iglesia. Desde su llegada al país en 1887, Daniel Armand Ugón se embarca en tales proyectos. "Dotado de una fina inteligencia -dice el autor- y de una increíble capacidad de trabajo, durante cincuenta años será la figura central indiscutible de la colonización valdense en el Río de la Plata, su estratega y organizador. El Pastor, como desde siglos lo habían hecho sus antepasados, no cumplirá sólo tareas religiosas, sino que será también el representante político y el dirigente -en la extensión del término- de los colonos".

A propósito de esta fase del proceso de asentamiento, Geymonat se detiene en el análisis de lo que se dio en llamar el modelo colonizador. El crecimiento demográfico fue acompañado del progreso material y el desarrollo de las tareas agrícolas con importantes incorporaciones tecnológicas. La modalidad seguida fue, pese a la solidaridad reinante entre los miembros de la comunidad, la propiedad privada de los terrenos.

Al respecto se incluyen al final de la obra un conjunto de cuadros con estadísticas sobre la estructura de la propiedad agrícola, áreas sembradas y maquinarias agrícolas. La frase obsesión propietarista parece encontrar justificación cuando se comprueba que, por ejemplo, en 1906 en Colonia Valdense el 87% de las hectáreas tenían tal estatuto jurídico frente a un 13% en calidad de arrendamiento.

NOSOTROS, LOS VALDENSES

A lo largo de las casi 300 páginas de El Templo y la Escuela el lector participa del tratamiento inteligente y crítico de una de las claves explicativas de la originalidad del proceso de los valdenses: la preservación-adaptación con el medio. Para aproximarse al escurridizo inconsciente colectivo el historiador recoge los datos de la realidad, los analiza con rigor teórico sin dejar de atrapar con historias personales y documentos con sabor a recién sacados de algún baúl familiar.

El valdense, quizás como forma de defensa frente al entorno, se sintió superior a quienes lo rodeaban y demoró su integración más de lo que se registra en el caso de los italianos o españoles.

Esta conducta no se manifestó de manera desembocada sino "utilizando sutiles mecanismos tales como los matrimonios endogámicos, el uso del francés y el "patois" ("francés corrupto"), el mantenimiento de costumbres traídas de los Valles y, en fin, la exaltación de lo valdense como definidor de la comunidad".

La educación fue, desde temprano, una preocupación central de los representantes del Templo. En los dos primeros años de vida en el Rosario Oriental ya hay instalada una escuela, pero no según la usanza de la época con los sexos separados, sino mixta. Hacia 1905 el número se eleva a ocho y, en el medio del campo, el país ve nacer su primer liceo, también en Colonia Valdense destinado, dice el pastor metodista Thomas Wood, "no a multiplicar las

La educación fue, desde temprano, una preocupación central de los representantes del Templo. En los dos primeros años de vida en el Rosario

Oriental ya hay instalada una escuela, pero no según la usanza de la época con los sexos separados, sino mixta. Hacia 1905 el número se eleva a ocho y, en el medio del campo, el país ve nacer su primer liceo, también en Colonia Valdense destinado, dice el pastor metodista Thomas Wood, "no a multiplicar las lumbreras letradas que relucen en las grandes capitales y en los altos empleos, sino a encender luces en las tinieblas del campo y en las vías comunes de la vida del pueblo". Este perfil distintivo del conjunto de extranjeros sintonizaba a la perfección con los vientos que en la materia soplaban en el Uruguay de la modernización.

La iglesia-etnia definida por el suizo Christian Lalive D'Epinay como "confesión protestante que sirve de ideología religiosa a un grupo de inmigrantes que cumple una función socio-cultural que fundamenta su etnia", cuidó con celo su identidad. Este teólogo, sociólogo y pastor de la Iglesia reformada (suizo y no valdense) señala que "la Iglesia Valdense es el legado de la tradición... Mientras siga usando la forma "nosotros, los valdenses", es decir, mientras no haya cortado el lazo entre el individuo y el grupo étnico, su percepción de la iglesia como institución será acrítica, pues ella es la iglesia de sus antepasados".

LA IGLESIA NATURALIZADA

Al observar el componente y perfil de la comunidad valdense en el Uruguay de hoy resulta difícil encontrar muchos de esos rasgos originales. Perfectamente integrados en la actualidad, sus miembros sufrieron, a partir de la década del '30 del presente siglo un cúmulo de transformaciones, no exentas de profundas crisis, que terminó por alterar sus vínculos con la tierra de adopción. Si bien nacen nuevas colonias en los departamentos de Paysandú y de Rocha, la expansión colonizadora se agota. Los primeros síntomas se encuentran tal vez en las primeras décadas cuando se vive una importante emigración hacia la República Argentina (Colonia Iris). De manera inevitable, la Iglesia-etnia se convierte en la Iglesia Naturalizada.

En el capítulo final "Aproximaciones a la religiosidad valdense", Geymonat analiza con empatía y profundidad el rol vertebrador que tuvo la fe. En esta historia de las mentalidades, la sociedad civil y la religiosa convergen en la Asamblea de Miembros, base de la estructura organizativa de la iglesia Valdense. A través de ella cada miembro, con los cambios analizados en la larga duración, se siente parte del colectivo, funde su identidad, se proyecta construyendo hacia el exterior, y se conmueve.

EI Templo y la Escuela es la historia de un pueblo y simultáneamente lo es de la historia nacional. Pequeñas y grandes historias, si las hay, son recreadas en un lenguaje preciso y vivo.

Pero también, o quizás primero, es la historia del autor que dialoga desde la suya con las generaciones pasadas. El joven historiador recoge el guante de la tradición y crea con los utilajes de la

vieja ciencia el conocimiento de una memoria. Con austeridad se realizó la presentación académica de este libro el Día de la Gratitud en el Iglesia Evangélica de Montevideo, luego de un almuerzo compartido. Al cierre Roger Geymonat compartió con los presentes -católicos, protestantes, ateos- algunos versos del poeta T.S- Eliot:

"El destino de un hombre es su aldea su propio fuego, y lo que guisa su mujer; sentarse delante de su puerta al atardecer ver a su nieto y al nieto del vecino y jugando en el polvo, juntos".

Material de http://www.guiacolonia.com.uy/