Mil cosas han sucedido durante toda una vida de trabajo. Sucesos jocosos, de irresponsabilidadtonterías, en fin, aconteceres que palpitan sentimientos y actitudes.
En una anécdota nos toca ser héroe, y en la historia siguiente somos infractores, representamos la inocencia y al instante conformamos el personaje que ha transgredido disposiciones superiores.
El anecdotario debe ser así, no con ánimo de sobresalir, sino con ánimo de ser sincero. Las cosas sucedieron y así las contamos. Aquí van mis historias, muy sencillamente narradas, en las que me tocó intervenir en todo el espectro de actitudes.
Los personajes que en ellas intervienen son reales, a veces son nombrados pero muchas veces he preferido dejarlas en el anonimato o con nombres supuestos, totalmente seguro de que al leerlas, cada uno de ellos verá y comprobará la sinceridad de mis narraciones. |
ESPERA CON COMPLICACIONES -Pase señor, tenga la amabilidad, espere un instante, el Doctor lo va a atender de inmediato. Tome asiento, por favor.
Me introdujo en un inmenso salón casi en penumbras. La frescura del ambiente chocó ostensiblemente con la temperatura reinante en la calle, bastante elevada no obstante la época estival que vivíamos. El día era hermoso, un cinco de febrero lleno de sol veraniego. Era la casa del Dr. Fagundez e iba a entrevistarlo en cumplimiento de mis actividades bancarias. Yo vestía un traje gris fino. Los lentes oscuros me protegían de los rayos solares ya muy intensos a esa hora de la mañana. Formaban ya parte de mi persona, tal es así que no me di cuenta que los llevaba puestos cuando pasé al salón. Tal vez por eso, lo encontré o me pareció que estaba en penumbras.
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¿Esperé muchos minutos? No lo sé porque quedé abstraído ante tanta magnificencia. Sin duda el dueño de casa era persona de gran solvencia material. Un espeso cortinado de brocato permitía solo vislumbrar, la presencia de un soleado patio interior que concedía la entrada de una ínfima luminosidad a aquel cuarto todo cubierto por una espesa alfombra. Una mesa ratona de gruesas patas con un elegante tapete de hilo ostentaba un bellísimo jarrón seguramente de origen chino. Una amplia escalera de madera, con fulgurante pasamanos de bronce daba acceso a las habitaciones superiores.
Me senté en el inmenso sillón tapizado en cuero con almohadones de plumas tan mullido que me dio la sensación de estar sentado, pero muy cerca del piso.
Observaba totalmente distraído todo cuanto de hermoso me rodeaba. Los anaqueles, los cuadros y la muy nutrida biblioteca daban prestancia y categoría al ambiente confirmando la potencialidad económica de mi entrevistado. Mis ojos curiosos aprobaban cada centímetro que observaba apreciando todas y cada una de las partes que conformaban el todo. De pronto lo vi y me chocó porque, ese no era el lugar para él. No obstante ello, de inmediato me desdije porque era tan hermoso que hacía juego con el entorno. Era un hermoso perro lebrero. Su pelambre dorado oscuro brillante, largo y sedoso hablaba a las claras de una muy fina atención por parte de sus amos. Sus orejas enormes caían dando marco a unos ojos oscuros y profundos. Mis conclusiones eran coherentes. Todo era una bella sinfonía de marrón. Cortinas, tapices, maderas, muebles, hasta el perro. Todo era armónico, elegante, fresco y silencioso. En aquel remanso de paz me sentía realmente cómodo por lo que la espera se hacía placentera y sin premuras. Mentalmente vacío, divagaba dejándome pues acariciar por un maravilloso entorno de luz tenue, absoluto silencio y armonía de colores, mientras descansaba cómodamente entre cojines sedosos y mullidos. Me encontré mirando al perro que atento también me observaba. ¡Qué bello animal! me decía a mí mismo en tanto mi subconsciente posesionado en tan apacible momento se movía por senderos ignorados y jamás imaginados Llegué a pensar…¿Qué pasaría si yo tratase de dar una orden telepática al perro?... pero... qué tonterías estoy pensando. No. No son tonterías pensé, el poder de mi mente es sin duda superior a la del can. Si yo le imparto una orden estoy seguro que él la acatará, y sabrá reconocer mi superioridad,... aquí es muy fácil concentrarse, lo intentaré... No le di más vueltas al asunto y de inmediato concentrándome profundamente le ordené: -Apoya tu cabeza en el piso... abajo, sobre tus manos, hazlo, no te resistas,..abajo, ya ...obedece...
El animal me miraba con curiosidad y en el destello de sus ojos, me pareció leer y comprender su perplejidad, ladeaba la cabeza mientras me miraba como diciendo:
-¿Qué te pasa, estás loco? ¿Qué querés hacer conmigo?
En ese momento deduje que algo marchaba mal, él no entendía mis órdenes y sin embargo yo percibía y aquilataba sus pensamientos. Comencé a dudar de mí mismo y mi fuerza mental, dándome cuenta de una muy triste realidad... él era mentalmente superior a mí.
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Pero no, eso no puede ser me conformaba íntimamente. Y me di cuenta de lo que sucedía... ya sé… mis lentes oscuros restan fuerza a mi mirada y el animal no puede captar mi orden. Claro, …los hipnotizadores no usan lentes oscuros y se aprovechan de la intensidad de sus órganos visuales. Me saqué los lentes de sol y me apliqué nuevamente a mi tarea con tantas fuerzas que a los dos minutos mi concentración era total. Me sentí con los ojos muy abiertos, casi salidos de sus cuencas, los dientes apretados... los labios tensos hacia un lado de mi boca, en un supremo esfuerzo de telepatía. Toda mi integridad era orden... ¡¡abajo!! ¡¡Ya!! ¡¡Obedece!! No te resistas... Estaba tan concentrado que no supe ver el malicioso brillo de sus ojos, y de improviso, a la velocidad de un rayo sobrevino la hecatombe. Su rugido, porque era eso, ahogó el silencio de la habitación y su ladrido avasallante de ataque, de fuerzas, de horror, borró como por encanto mi abstracción. Yo no sabía que hacer. Se había puesto de pie, lo vi enorme junto a la mesita ratona, me parecía un gigante. Su intención era atacarme y yo supe leerlo en su mente. Esa era su decisión y por suerte la capté al instante, porque me erguí y dando media vuelta busqué la protección del enorme sillón que hasta ese momento ocupaba.
El monstruo ladraba y amagaba para un lado y para el otro del sillón y yo hacía otro tanto, sillón por medio, sin saber si disparar para la calle o pedir socorro. En esa lucha desigual estábamos cuando desde lo alto de la escalera sentí la voz firme, autoritaria salvadora del dueño de casa que ordenó:
- ¡¡Diana, quieta!!
Eso fue suficiente. Puso punto final a un incipiente drama de carácter personal, pero daba el puntapié inicial a otro problema que en ese mismo momento se me planteaba. Yo sabía que vendrían las preguntas y yo debería dar explicaciones. El perro, o la perra como había resultado ser, reaccionó por alguna razón que no le gustó.... yo la ataqué? ... yo le pegué... yo intenté tocarla? Yo quise tomar algo?...tal vez el jarrón chino... tal vez quise apropiarme de alguna de las bellas estatuillas?...
El doctor era persona mayor, de pocas palabras, accedió a contestar mis requerimientos bancarios y por último, cuando ya casi me iba, llegó lo que yo tanto me estaba temiendo,... la pregunta lógica y además previsible:
-¿Qué pasó acá, porqué ladró Diana y se puso tan loca?
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Mi mente buscó y rebuscó a velocidad supersónica una excusa razonable y valedera que justificara la reacción del animal. Y en fracciones de segundo pasando por la idea de inventar una mentira, me jugué por lo que realmente era honesto: decir toda la verdad.
-Dr. Tal vez Ud. No me crea, pero, esteeee.... -mis dudas eran tremendas, mi vergüenza era mayor, sentía que me faltaba el aire, no podía respirar,
-Pero... esteeee, créame, Ud. Sabe...yo... yo... ¡¡quise hipnotizarla!!
-¿Qué... que quiso qué? Yo no lo puedo creer. Si esa es su onda, inténtelo con personas como Ud., que piensen y puedan concentrarse como lo tiene que hacer Ud.. ¿No sé si se da cuenta que los animales no tienen uso de razón? Por favor...
Y se sonrió, sacudiendo la cabeza, sin rencores, demostrándome que me creía y estaba seguro que yo le había contado toda la cruda verdad.
Me despedí, humillado, avergonzado de mí mismo y mientras me dirigía hacia el auto pensaba... pensaba en mi comunicación telepática con Diana, esa comunicación en la que un ser superior emitía señales y el otro inferior las recibía... Cuál era yo? No supe o no me quise contestar. Las pruebas estaban a la vista.
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