El inexistente salvajismo
Rothbard M. |
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"La competencia "salvaje" no tiene otro fundamento que el de ser una frase que sido repetida incansablemente. Y la repetición no ofrece fundamentos sólidos. Cuando se examina con lógica la competencia, surge un panorama muy distinto, más cimentado y con mayor sentido."
No es raro escuchar la expresión "competencia salvaje", casi siempre de bocas cuyo único mérito es servir de repetidoras. Cuando se hace lo contrario, examinando más de cerca el significado de esa expresión, las cosas cambian. Este es el gran atractivo de una idea como la de Rothbard, la de poner en tela de juicio a esa expresión y con razonamientos firmes mostrar que es una frase vacía.
La competencia en un mercado libre produce condiciones tales que el intento de lograr posiciones monopólicas sólo puede conducir a pérdidas en la empresa que lo intente. Es importante para Ama-Yi® señalar que la idea del autor presupone la existencia de un mercado libre en el que no hay restricciones a la acción humana; y entre líneas puede concluirse fácilmente que un monopolio sólo es posible cuando la libertad económica está restringida por disposiciones gubernamentales.
La idea de esta carta es de Murray N. Rothbard, Lo ilusorio del precio de monopolio, en Lecturas de Economía Política Volumen I, Jesús Huerta de Soto, Unión Editorial, 1986, no. 4 Competencia "salvaje", pp 191-195, cuya fuente es Man, Economy and State, Nash Publishing, 1970, chapter 10.
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Dentro del tema del precio del monopolio, el autor escribe un apartado con el título de Competencia "salvaje", lo que da una idea clara del tópico que trata. Dice que existen textos que hablan de los males de la llamada competencia salvaje y que los críticos ligan al establecimiento de los precios de los monopolios.
Uno de los casos más mencionados es el de la empresa muy grande que vende por debajo de sus precios de producción, sufriendo pérdidas ella misma, con el objetivo de forzar a las demás empresas a bajar sus precios también. Esta extraña acción de la empresa grande persigue el hacer desaparecer a las empresas menores, quedándose ella en una posición de monopolio.
Rothbard pone en tela de juicio esa crítica, diciendo que nada hay de malo en que la empresa que es más eficiente permanezca en el mercado mientras las menos eficientes salgan de él. Los recursos que la empresa ineficiente usa tienen costos mayores al monto de ingresos que ella obtiene del mercado. Esos costos de recursos son de ese monto porque ése es su precio en el mercado y podrían venderse a otras personas. Lo que sucede es que el empresario de la empresa ineficiente no usa esos recursos adecuadamente por causa de fallas imputables a la empresa ineficiente y no a otra cosa.
Quienes a la empresa no eficiente venden sus productos o servicios a un cierto precio no salen lastimados de los errores de aquella pues pueden vender sus productos a otros quienes quizá los podrán usar de mejor manera.
Y en estos cambios, los consumidores resultan beneficiados por el hecho de que los recursos escasos se van de los productores malos a los productores eficientes. El único realmente dañado es el empresario que cometió errores de producción y calculó mal sus riesgos.
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Dice el autor que resulta digno de mencionar que quienes critican a esta competencia salvaje son casi siempre los mismos que defienden a la soberanía del consumidor. La verdad es que esa reducción de precios es de beneficio al consumidor. Incluso la pérdida que sufre la empresa es un regalo a quienes compran ese producto y con su compra indican su aprobación a la situación.
Esa competencia salvaje, como se ve, es de beneficio al cliente y no tiene nada de malo.
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Pero hay que ir al siguiente paso en la realidad y examinar lo que sucede después de que desaparecen las empresas que no pueden soportar la reducción de precios. Los críticos dicen que una vez sacadas del mercado las empresas competidoras, queda en el mercado una sola de ellas. Esa única sobreviviente, iniciadora de las reducciones de precio es ahora un monopolio y su posición le permitirá manejar los precios a su antojo.
Si ello sucede, sin embargo, se presentará un incentivo a otros empresarios para entrar a la producción del producto del monopolio. Y no hay nada que impida que ello suceda. Pueden ser entradas de empresas nuevas o ampliaciones de empresas ya existentes, motivadas por el deseo de ser parte de un mercado que parece ser atractivo dada la existencia de una empresa única que ofrece su producto a precios elevados.
Cuando eso sucede, si se sigue el razonamiento de los críticos, la empresa monopólica tendrá de nuevo que entrar a un ciclo nuevo de bajar sus precios, sufrir pérdidas y esperar a que los nuevos competidores desaparezcan.
Y, más aún, hay que considerar que las empresas desaparecidas dejarán sus instalaciones listas para que nuevos inversionistas puedan adquirirlas y en corto tiempo de nuevo surja la competencia. Si la empresa monopólica quisiera evitar esto, tendría que mantener sus precios bajos durante un cierto tiempo, el suficiente como para que la fábrica de la empresa desaparecida dejara de tener vigencia.
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Las cosas son aún más complicadas, pues para mantener alejada a la competencia potencial el monopolio tendría que mantener precios bajos durante un largo período de tiempo. De no hacer esto, los empresarios podrían creer que los precios altos del monopolio son resultado de su ineficiencia, lo que les presenta una oportunidad de negocio.
El resultado práctico de eso es que el monopolio sólo puede mantener su posición preocupándose de su eficiencia para mantener precios bajos, es decir, olvidándose de lo que temen los críticos que es el precio de monopolio.
Visto en resumen, hasta ahora, ese salvajismo que mencionan algunos no puede llevar a los precios elevados del monopolio y de hecho produce ventajas de precio para el consumidor, por no mencionar las pérdidas que el supuesto vencedor tiene que enfrentar.
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Hay otra crítica acerca de la competencia salvaje y que es la de la empresa grande comprando a las empresas menores y cerrándolas para quedar como empresa única. Desde luego, es posible que ante una situación de guerra de precios, la empresa menor tome la decisión de vender a su rival.
Pero lo que pocas veces es considerado es el costo de esas adquisiciones de empresas. En el caso de que la empresa menor sea eficiente, ella de seguro exigirá un alto precio, lo que hace poco redituable esta práctica. Y, si la empresa monopólica eleva los precios, ello será un incentivo para que nuevos empresarios entren a ese mercado, lo que dará inicio a la posibilidad de otra adquisición de las nuevas empresas. No es rentable hacer eso.
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Otra de las críticas menciona como criterio de práctica monopólica el vender por debajo del costo. Es decir, decretar como táctica monopólica la realidad posible de que los productos de una empresa sean vendidos por debajo de lo que ellos costaron producir.
Pero un bien ya producido es en la realidad la consecuencia de estimaciones y cálculos previos, que ahora ya no tienen relevancia y que pueden venderse al precio que sea más conveniente dependiendo de las condiciones del mercado que puede no aceptar ya el precio originalmente calculado. O incluso, ser colocados en el mercado a precios de guerra salvaje.
El punto es que es imposible establecer si la reducción de precio se debe a condiciones de mercado o a una decisión de competencia salvaje por parte de la empresa.
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Al final, lo que Rothbard tiene el gran mérito de mostrar es el grave error del simplismo en las críticas a la competencia "salvaje". Las cosas no son tan sencillas como ellas lo quieren hacer aparentar.
Ese precio de monopolio tan temible simplemente no puede darse en un mercado abierto y quien lo intenta enfrentará grandes pérdidas intentando hacer desaparecer a sus competidores sin poder jamás sostener ese precio elevado de monopolio.
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