Año II - Nº 82 - Uruguay, 11 de junio del 2004
 
- Informe Especial: Hamas
- La lancera de Aparicio
- De ineptos a adivinos
- Turismo Rochense: Poco interés de los operadores
- Ecos de la semana
- Sydney Mardigras, el imperio de la heterofobia
- El Placer de los amigos
- Los hijos del maíz

- Marxismo en democracia

- Todas las redes del Presidente
- La gran confusión de los derechos políticos
- Anécdotas Bancarias: Venganza
- Los anteojitos del desierto
- Así Somos
- Hurgando en la web
- Chairando Ideas
- Frente moderado
- A la cama sin postre
- Bitácora Política
- Información Ciudadana
- La Cocina Uruguaya
- Rincón de Sentimientos
- El Interior también existe
- Olvidémonos de las Pálidas
- Las Locuras de El Marinero
- Correo de Lectores

 
Mil cosas han sucedido durante toda una vida de trabajo. Sucesos jocosos, de irresponsabilidadtonterías, en fin, aconteceres que palpitan sentimientos y actitudes.
En una anécdota nos toca ser héroe, y en la historia siguiente somos infractores, representamos la inocencia y al instante conformamos el personaje que ha transgredido disposiciones superiores.
El anecdotario debe ser así, no con ánimo de sobresalir, sino con ánimo de ser sincero. Las cosas sucedieron y así las contamos. Aquí van mis historias, muy sencillamente narradas, en las que me tocó intervenir en todo el espectro de actitudes.
Los personajes que en ellas intervienen son reales, a veces son nombrados pero muchas veces he preferido dejarlas en el anonimato o con nombres supuestos, totalmente seguro de que al leerlas, cada uno de ellos verá y comprobará la sinceridad de mis narraciones.

VENGANZA

Todas las mañanas, su cuenta corriente estaba en rojo.
Era imposible convencerlo, no por falta de autoridad de n/parte, ni por tozudez de la suya. Simplemente...
-"Yo he sido cliente de este Banco desde hace 50 años (en ese momento no tenía menos de 70), han pasado cien gerentes por esta Agencia y siempre pagué de tarde los cheques que el Banco me cubrió de mañana,... y así debe seguir siendo,... porque lamentablemente, a esta altura no puedo ni quiero trabajar de otra manera.
Era un patriarca en la zona, de esos hombres que uno quiere y respeta apenas conocerlo, seguro de sí mismo, con excelentes modales y exquisita educación. Todo del mundo lo apreciaba por su buonomía y su don de gentes.

- Pero, don Rubens, lamentablemente debemos ajustarnos a las disposiciones superiores y debemos devolver los cheques si no están cubiertos el día anterior...
- No, Sr. Gerente, Vd. no me va a devolver ningún cheque porque nunca, ningún Gerente me devolvió nada... a Rubens Barcos jamás se le devolvió un cheque... además, Vd. lo sabe muy bien... yo vengo de tarde y "le pago". Nunca le voy a fallar ni lo voy a dejar mal...
El me lo decía, y yo estaba seguro de ello...jamás había quedado sobregirado sin pagar lo que debía.
Era un caso cerrado.
Toda esta tan extraña como atípica charla se desarrollaba en la Agencia Cerro donde tuve la satisfacción de actuar como Gerente, lo que me dio oportunidad de calibrar la sencillez y amabilidad de toda aquella zona y sus gentes y donde por suerte, dejé innumerables amigos.
... y mientras hablábamos, el perro de don Rubens era testigo presencial dentro de la Gerencia. Era obligatoria su presencia porque don Rubens iba con él a todas partes, era su compañero inseparable, eran tal cual, donde iba tal iba cual. Formaban uno solo y era difícil imaginar a uno sin el otro. Era un cuzco blanco, ya gris de viejo y sucio, feo, desagradable; se paseaba y hacía sonar sus pasitos y sus uñas en el piso recién encerado de la Gerencia.
Luego de larga charla, y ante la inutilidad de mi esfuerzo para convencer a don Rubens, nos despedimos, lo acompañé hasta la puerta del despacho, resignado y consciente de que en adelante, continuaría pagándole los cheques, muy a pesar mío. Era una trasgresión a las disposiciones en vigencia, pero entendí que debía respetar su forma de trabajar.
Pero la sonrisa de impotencia que yo esbozaba, me quedó trunca, pues al darme vuelta para regresar a mi silla, vi lleno de estupor que el fiel amigo, el inseparable, el sucio vengador había levantado su patita y vaciado su perruna vejiga, dejando tres enormes charcos en las patas de mi escritorio, tal vez molesto conmigo por el cariz que había tomado la conversación.