¿PODEMOS COMPARARNOS CON UN PAÍS QUE PLANIFICA E INVIERTE EN EDUCACIÓN Y EN UN PROYECTO COMÚN?
Más de un abismo
Se compara mucho a Uruguay con Nueva Zelanda pero ambos países están separados por más de un abismo.
por Daniel Mazzone
Las comparaciones no siempre son odiosas, también pueden ser frívolas como cuando se realizan paralelismos entre Uruguay y Nueva Zelanda. Como si bastaran las dimensiones aproximadas —Nueva Zelanda tiene 269.000 kilómetros cuadrados— una cantidad de habitantes similar —casi cuatro millones— un enclave al sur, clima templado y una conformación productiva con base en lácteos, lana, carne y turismo como principales productos de exportación.
Lo que no se dice es que Nueva Zelanda tiene también dirigentes políticos, intelectuales y académicos preocupados por la sociedad que dirigen y no sólo por su propia sobrevivencia. Esto es tan notorio que cabe sospechar de quienes abusan de las comparaciones. O sea que las comparaciones también pueden ser malintencionadas.
Sin embargo, Nueva Zelanda y Uruguay tienen una semejanza profunda que no suele ponerse de manifiesto: ambos países pertenecieron —en diverso grado— al área de influencia del imperio británico, y los dos —he aquí el asunto— dieron la espalda a sus vecinos; Uruguay en América del Sur y Nueva Zelanda al sudeste de Asia.
Según Michael King, autor de una reciente Historia de Nueva Zelanda, verdadero best seller de marzo en las librerías neozelandesas, el ex primer ministro Jim Bolger (1990-97) llamó a su país a encontrar "al menos parte de su identidad en su proximidad con Asia". El propio King subraya que las relaciones de Nueva Zelanda con sus vecinos del sudeste asiático han sido ambiguas. Después de una década del llamado de Bolger, las exportaciones siguen orientadas hacia países anglosajones, y la mayoría de los neozelandeses residentes en el exterior, optan por países europeos antes que por los países del Asia y el Pacífico.
Por el contrario, la creciente inmigración de los años 90 proveniente de Taiwan, Hong Kong, China y Corea revela la fuerte atracción que sienten los asiáticos por Nueva Zelanda. Los habitantes de esa procedencia llegaron a 346.000 en 2003, y la cifra crecerá a más de 600.000 en 2021, en que los asiáticos representarán el 13% de la población. Cuando uno camina por el centro de la cosmopolita y bellísima Auckland, ciudad puerto de 1,2 millones de habitantes, le parece encontrarse en una ciudad asiática. Y si el turista procura un lugar para comer en la escasa movida nocturna posterior a las 21, la enorme variedad de restaurantes de comida china, malaya, tailandesa o vietnamita se adueña de la oferta.
Es notorio que la conducción actual de Nueva Zelanda busca desactivar los prejuicios, entre otras cosas porque se sabe dependiente de los mercados asiáticos. Nueva Zelanda integra la APEC (Asociación para la Cooperación Asia-Pacífico) desde 1989 y desempeña un papel activo en su seno.
Vayamos a las odiosas comparaciones: un editorial reciente de La Nación señalaba que el atraso legislativo de Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, respecto a normas del Mercosur desde 1991, oscila entre 48% y 56%. Quiere decir que casi la mitad del total de normas aprobadas por los distintos organismos del Mercosur, no ha sido ratificada por los parlamentos de los cuatro países. Cualquiera advierte la escasa energía que nuestros políticos ponen en la integración regional.
Y esa es una primera diferencia.
Abismo económico
¿Cómo comparar cuando la diferencia económica es sideral?
El Producto Bruto Interno de Nueva Zelanda fue en 2002 de 110.097 millones de dólares neozelandeses, unos 80.000 millones de dólares estadounidenses, vale decir, más de 20.000 dólares estadounidenses de PBI per cápita.
En Uruguay, el PBI fue en 2002 de 12.273 millones de dólares, unos 3.652 dólares anuales per capita. Y en 2003 fue de 11.177 millones de dólares, unos 3.307 por habitante.
La diferencia habla por sí sola. Pero lo que es más importante, es que el PBI en Nueva Zelanda era de 54.000 millones de dólares en 1992. Quiere decir que en una década, el PBI de ese país creció más de 48%. Mientras tanto, en Uruguay el PBI de 1992 fue de 11.849 millones de dólares. O sea que fue mayor en 1992 que en 2003.
Abismo educativo
¿Cómo comparar abismos metodológicos?
Un informe del Ministerio de Educación de Nueva Zelanda indica que los dos millones de estudiantes terciarios que estudian hoy, en todo el mundo, fuera de su propio país crecerán a cinco millones en los próximos 20 años.
La participación de Nueva Zelanda en ese mercado creció sustancialmente desde 1990, un claro indicador de lo bien considerado que está su sistema educativo en el exterior. En 2000 había 7.000 estudiantes extranjeros en las escuelas secundarias del país, 11.500 en instituciones terciarias públicas y 2.000 en las privadas y unos 18.000 en las escuelas de aprendizaje de inglés, en total, 38.500. En 2003 esa cifra creció a 82.000.
En Uruguay no sucede lo mismo: a la hora de decidir formarse en el extranjero, son pocos quienes optan por hacerlo aquí.
En 2000, Nueva Zelanda participó en un estudio internacional de evaluación de estudiantes de 15 años en tres áreas consideradas clave del conocimiento: comprensión lectora, comprensión matemática y comprensión científica. Lo organizó la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) y del mismo participaron 32 países (28 de ellos miembros de OCDE). Nueva Zelanda se ubicó tercera en comprensión lectora (superada por Finlandia y Canadá); tercera en comprensión matemática (superada por Japón y Corea); y sexta en comprensión científica (superada por Corea, Japón, Finlandia, Reino Unido y Canadá).
En 2003, Uruguay participó por primera vez en la evaluación de la OCDE. Si bien los resultados aún no se conocen, el coordinador de la prueba por parte de la Administración Nacional de Enseñanza Pública, Pedro Ravela, dijo a El País que "las expectativas no son muy altas" con respecto al desempeño de los alumnos. "Tenemos una diferencia grande entre lo que pide la prueba y lo que es la disciplina de trabajo en el aula a la que están acostumbrados", agregó.
Los liceales uruguayos egresan de la educación secundaria sin siquiera saber escribir sin faltas de ortografía.
Abismo directriz
¿Cómo comparar cuando las elites que gobiernan uno y otro país difieren en formación, calidad y propósitos?
La Massey University es la única universidad de Nueva Zelanda que forma a sus veterinarios. Un veterinario en Nueva Zelanda es una suerte de sumo sacerdote. Una vaca es capital estratégico, no ya de su propietario, sino de la sociedad. Todos los años se presentan 600 aspirantes, pero las autoridades académicas seleccionan sólo a 100. No quieren muchos veterinarios, sino los mejores. Y sólo los necesarios. Alguien se ha preocupado de hacer los estudios imprescindibles para determinar que los necesarios son 100 y no 95 o 110, o, en el peor de los casos, como sería en Uruguay, aceptar a todos los que quieran estudiar, aunque no tengan vocación, aunque repitan un año y otro año y se reciban por cansancio o no se reciban nunca.
Uruguay ha formado a lo largo del siglo XX, elites de baja calidad —y esto no quiere decir que no haya dado también buenos dirigentes, sino que éstos han sido insuficientes— por eso el país está en retroceso desde hace décadas.
Hoy se nos quiere persuadir de que el país comenzó a crecer nuevamente, como si todo se arreglara con algunos pocos índices de mejora económica. Para empezar, no tiene nada que ver que el país vaya a crecer en 2004 con índices superiores a los de China, si no se dice además, que deberá crecer varios años a índices elevados para llegar a los niveles de 1998, que desde luego no eran ideales ni mucho menos.
Abismo mental
¿Cómo comparar una sociedad abierta que lo debate todo con una sociedad cerrada y corporativa que debate sin jerarquizar?
Si algo se respira en Nueva Zelanda es una sociedad abierta, que lo debate todo y cuyos dirigentes tienen la suficiente autocrítica como para volver sobre sus pasos, si la realidad demuestra que las decisiones adoptadas fueron erróneas.
Frente a eso uno se pregunta: ¿estamos en condiciones de entender ese mundo real? Y esa es la razón por la cual resulta complejo hablar de Nueva Zelanda. Porque en el mundo real, en Nueva Zelanda por ejemplo, todo fluye. La realidad no tiene obstáculos. Todo es digital, desde la consulta a los precios en un comercio, hasta un trámite cualquiera en una dependencia estatal o privada. Y cuando digo digital, no quiero poner el énfasis en lo tecnológico, sino en la descentralización. En el mundo real la mayor parte de los movimientos los hacen las máquinas, y las personas, no están a la espera de un papel o una orden, o la decisión de alguien que por una razón u otra puede interferir para acelerar o detener el curso de un trámite.
El mundo real funciona con metodologías descentralizadas y no mediante mecanismos clientelares que mantienen cautiva a la sociedad. En el mundo real las cosas fluyen, hay planes, objetivos, procedimientos claros para todos. Y eso se percibe en los comercios, instituciones, aeropuertos, en los colegios, en las calles, en la actuación de las autoridades.
Por ejemplo:
Íbamos siete periodistas latinoamericanos en una camioneta tipo VAN, que manejaba un guía del Ministerio de Relaciones Exteriores. Íbamos a 140 kilómetros por hora en una ruta de la provincia de Canterbury. La velocidad autorizada en ese tramo era de 110 kilómetros por hora. No se sabe de dónde salió un auto policial —era la primera vez en una semana que veíamos uno; realmente no se ven policías en Nueva Zelanda— y le ordenó que se detuviera. Hubo un breve diálogo donde no hubo protestas de nuestro conductor y en pocos minutos, el policía le extendió la multa —el equivalente a 169 dólares estadounidenses— y seguimos viaje. En ningún momento nuestro guía argumentó ser funcionario del Ministerio, ni estar en funciones en misión oficial con visitantes extranjeros. La explicación: hubiera sido contraproducente.
Abismo organizativo
¿Cómo comparar una sociedad que maneja la realidad como un todo, con otra para la cual cada ministerio, cada municipio, cada oficina, es una chacra aislada de las demás?
En la Massey University se trabaja en ingeniería genética, para la selección de los mejores animales. En este momento están trabajando en un proyecto para Livestock Improvement, una de las compañías más grandes de Nueva Zelanda. Es una compañía de inseminación artificial. Se trata de identificar los genes que afectan a la producción de leche, concentración de grasa y de proteínas. En América Latina no tenemos técnicos preparados para hacer estos estudios.
El establecimiento promedio en Nueva Zelanda es de 90 hectáreas y 240 vacas. Tienen que caminar unos dos kilómetros para llegar hasta la pradera y luego regresar a la sala de ordeñe, dos veces por día.
Esta característica hace que el ganado de Nueva Zelanda (el fenotipo) sea diferente al ganado estadounidense o europeo. Y por eso la alimentación de uno o de otro será diferente. La vaca neozelandesa debe caminar más. Una vaca neozelandesa pesa en promedio 450 kilos, mientras que una estadounidense pesa 600.
El costo del proyecto es de cinco millones de dólares, que están financiados en su totalidad por la compañía. Pero de todos modos el usuario final de los resultados de la investigación es el productor. El 80% de lo que se investiga termina en él.
Esa actitud generalizada ante la tecnología revela además la ambición de ubicarse en posesión de las tecnologías de punta en los rubros que inciden o pueden incidir en el futuro desarrollo del país. Otra vez la planificación de conjunto, la coordinación entre áreas. Otra vez una sociedad operando de consuno con sus dirigentes en función de conceptos comunes. No es extraño que Nueva Zelanda produzca el 33% de la exportación total mundial de lácteos. Y que ese pequeño país sea responsable del 1% de la producción láctea mundial. Exportan el 95% de la leche que producen y esta representa el cuarto rubro en las exportaciones.
Entonces, ¿cómo comparar una sociedad que vincula el pensamiento y la acción con otra cuyos dirigentes piensan por lo general mal porque lo hacen sin articular ni coordinar esfuerzos?
Nicolás López, un mexicano que es funcionario de la estatal Massey University, dice que llegó a su primera clase en Nueva Zelanda con lápiz y cuaderno, dispuesto a escuchar la mejor clase de su vida. Pero el profesor les dio un problema y dos semanas para resolverlo. Confiesa que se fue un poco desorientado.
Hoy luce como alguien que valora lo que el país le ha dado y tiene incorporada la médula de ese método, que según él se basa en formar gente que piense y actúe. El maestro en Nueva Zelanda opera como instructor, no como enseñador.
Cuenta otra anécdota: a los pocos días de empezar a trabajar en la universidad, su supervisor le preguntó por qué se quedaba después de hora a trabajar, a lo cual respondió que lo hacía para progresar, para adelantar trabajo. El supervisor le respondió que estaba equivocado, que de esa manera lo que le estaba dando a entender era que no aprovechaba bien el tiempo de trabajo normal.
Otra vez las odiosas comparaciones: en la Facultad de Ingeniería de la Universidad estatal uruguaya, un cartel de los estudiantes reza: "Entre el 44 y el 72% de los estudiantes de Ingeniería no ha traspuesto la mitad de la carrera a los cinco años de haber ingresado".
Extractado de Suplemento del Diario El País por Ernesto Martínez Battaglino