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Año II - Nº 74 - Uruguay, 16 de Abril del 2004

El huevo de la serpiente
Comentando sobre lo expuesto por "Euromoney"
Novillos del Uruguay a la Isla Martín García
Sobrevolando la realidad
Camino de los Indios
Largaron!!!!! Sujétense!!!!!
Ojos uruguayos en Brasil
Detectores de terremotos

Anécdotas Bancarias: Coincidencia

Sucedió en España
Durazno apuesta al retorno de los uruguayos
Intendencia aprueba proyecto del Rotary Club
Así Somos
Hurgando en la web
Globalilzación
Globalización: identidad e integración
Celia Cuesta Rosales expone en la sala CentrA Almería
Chairando Ideas
Ecos de la Semana
Una introducción a la investigación de la Fé y la Religiosidad
Ahora sí, se acabaron las excusas, a trabajar
Un dilema permanente
Más que un abismo
La Cocina Uruguaya
Rincón de Sentimientos
El Interior también existe
Olvidémonos de las Pálidas
Las Locuras de El Marinero
Correo de Lectores

 

NOVILLOS DEL URUGUAY A LA ISLA MARTIN GARCIA
por María E. Giribone

Desde 1907 hasta 1910 la carne para consumo en la isla Martín García se embarcaba desde el puerto de Conchillas. Los animales llegaban vivos y en la isla se sacrificaban para el consumo de la población que se componía de presos políticos y un importante contingente militar de guardia además de familias de los militares, una banda de música militar completa que sabemos llegó en algunas oportunidades para amenizar fiestas en nuestro departamento.
Había un acuerdo del abastecedor uruguayo Don César Fripp Bernardi y un Señor Wagner y con el permiso de la empresa Walker, con su despachante, para exportar cada tantos días un grupo de unos veinte animales gordos que se cargaban en un barco a vela de un solo palo y de matrícula argentina.
Esto se fue trasmitiendo por actores directos que hacían el trabajo de reunir los animales preparados y aptos para embarcar; por ejemplo, tenían que tener cuernos por lo que diremos mas adelante. Cuando escaseaban los animales gordos por sequías, langosta o pestes como la aftosa, para poder reunir veinte animales preparados cada ocho o diez días, tuvieron en algunas oportunidades que salir del departamento de Colonia,
mencionaban a Santa Ecilda (Ecilda Paullier) como uno de los lugares que compraban animales a más de cien kilómetros del puerto de embarque.
También nos acercó valiosos datos un testigo presencial, Don Jacinto Leguísamo, que siendo muy niño recuerda ese embarque especial que era distinto que la carga común de piedra y arena.
Entonces con un actor directo y una persona que lo presenció, podemos recomponer esta actividad tan poco conocida, en este caso con mucha seguridad de acierto.
Cuando se llega al muelle, a la derecha, frente a la balanza hay una playa que se hace profunda rápidamente; cuando llegaba ese lanchón grande que cargaría unas cincuenta o sesenta toneladas como carga total, con muy poco calado y como mencionamos, de un solo palo para las velas.
Si observamos el lugar tendremos, mirando hacía el río, a nuestra izquierda una barranca de más de cinco metros a pique, a nuestra derecha se colocaba el barco y al fondo el río es profundo; cuando los animales llegaban allí perdían pie y volvía y en el cuarto lado a cerrar era playa que cuidaban tres o cuatro personas a caballo.
Montaban caballos criollos comunes, pero uno de ellos el enlazador, tenía un caballo muy alto para arrimarse al barco, acercando el animal enlazado para que de arriba del barco lo enlazaran de los cuernos y lo levantaran con un aparejo y el ginche.
El señor Wagner, responsable del negocio en la Isla Martín García, tuvo toda clase de atenciones amistosas con la familia Fripp Greising, que no tenían que ver con el negocio sino con la amistad que siempre se dispensaron las dos familias, con los dos hermanos responsables de reunir y cargar los animales, Cesarito y Anacleto de veinticuatro y diecinueve años, tuvieron toda clase de atenciones cuando se casaron, Inés y Albina pudieron aprender en Buenos Aires repostería y confitería, además de corte y confección que no era fácil obtenerlo en ese tiempo.
Recordaban nuestros informantes que al levantar los animales de los cuernos, quedaban como atontados y subían muy quietos con las manos como desgonzadas, tocándose el pecho hasta que sin detener el guinche lo giraba y bajaban a la bandeja del barco para su viaje final.
Se cuenta una anécdota de las muchas que se pudieron haber recogido en un trabajo tan especial: dicen que uno de esos días de embarque un novillo del grupo se tiró nadando a lo profundo, pasó nadando por la punta del muelle en dirección a la canal, cuando ya lo creían perdido volvió a otro lugar de la costa, después de nadar mas de media hora.