Globalización
identidad e integración
por Gabriel Reyes
Las postrimerías del segundo milenio se vieron, casi súbitamente, imbuidas de ese fenómeno llamado globalización. Una discreta forma de verse, de buenas a primeras, trasladados, de la intimidad más íntima al desnudo universal. Una forma de mostrarse al mundo, pero también de que el mundo se “meta” en la privacidad del individuo, de la familia y de la sociedad.
Tal vez uno de los caminos más claros para aproximarnos a la comprensión de este nuevo fenómeno socializador y socializante llamado globalización puede enmarcarse en aquella sentencia que no por conocida pierde su eficacia: “Píntame tu aldea y te describiré el universo”.
La globalización bien entendida, en su concepción enriquecedora y no despersonalizante, parte de esa concepción de la aldea, de la personalidad y de lo fermental de la individualidad. El individuo, en su plenitud totalizadora, se abre y proyecta al universo, con un aporte novedoso y fecundo. A su vez genera, por necesaria relación, un recíproco retorno de bienes y valores, que lo enriquecen más aún.
El ser humano, en cuanto se realiza como tal, se abre, naturalmente, al mundo todo, por acceder, en y desde su propia totalidad, al colectivo universal. Punto en el cual, paradójicamente, se encuentra también con la riqueza universal, propia de la humanidad toda, trascendente al espacio y al tiempo reales.
De la misma forma, la globalización, como fenómeno geopolítico, supondría países desarrollados y autosustentables, que desde su equilibrado punto de desarrollo, se abren al universo, como forma adulta de crecimiento, en un recíproco y equilibrado dar y recibir.
De no ser así, la globalización, mal entendida, supondrá países pobres que pretenden “colgarse” a las sobras de las comunidades fuertes, terminando por perder su identidad, su soberanía y consecuentemente y casi de forma natural y perentoria, se convierten en especies en extinción, a la sombra de las grandes urbes.
La globalización aporta el necesario manto de humildad que viste de realidad a la soberbia y prepotencia de quienes se autodefinen como suficientes, sea a nivel personal sea a nivel colectivo. Hace que la conciencia agrandada y ciega se vea, de buenas a primeras, pigmea en un mundo de gigantes. Pero permite también que los individuos y naciones, en su sensata concepción primaria, se vean como parte de un universo, al que realmente pertenecen y en el cual se fundamenta la globalización, como integración de totalidades, no como remiendo de pobrezas.
La globalización pues, es un fenómeno ineludible. No puede ponerse a consideración, para ver si se aprueba o se destierra. La globalización está instalada como modo de relacionamiento entre los pueblos y en la humanidad total. La globalización es como tal una realidad de la humanidad del tercer milenio, para la cual debemos estar preparados y aptos. La globalización como tal es una posibilidad de enriquecimiento real para quienes la vivan en su justo término, y desde totalidades y plenitudes. Pero se convierte en el mejor y más rápido camino de despersonalización y desaparición para quienes quieran tomarla como forma de encontrar lo que uno, en definitiva tiene en sí mismo, en su pueblo, en su familia, en su región.
Seamos capaces de valorar nuestra aldea, de expresarla en forma artística, y podremos pues desde allí pintar el mundo e integrarnos a un mundo y una humanidad globalizadas.
Material extraído de Brumas y Lluvias