Año II - Nº 87 - Uruguay, 16 de julio del 2004
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- Todo viene del norte
- Club Social Ansina de Castillos
- Auschwitz
- El continuismo de Abreu
- El cinismo y la hipocresía (segunda parte)
- Tres Historia de Tres Emigrantes
- Profesiones del Pasado
- Las ocurrencias del Presidente

- Australia... la de todos

- Llega el tren, viene la cultura
- La Fiebre
- Grageas de Optimismo
- La manzana, el termo y el mate
- Así Somos
- Anécdotas Bancarias: La mancha acusadora
- CEBOLLATI: "Un juez de película"
- Restaurante Uruguay busca adicionista
- Noticias de España
- Del orígen e historia de las piñatas
- Hurgando en la Web
- ¿Cómo se atreve?
- Chairando Ideas: ¿Hacer o no hacer?
- El doble discurso
- Qué linda que era... Venezuela
- La Haya, ¿Por qué no se calla?
- Del histerismo y otras yerbas...
- Bitácora Política
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- La Cocina Uruguaya
- Rincón de Sentimientos
- El Interior también existe
- Olvidémonos de las Pálidas
- Las Locuras de El Marinero
- Correo de Lectores

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PROFESIONES DEL PASADO

Algún día alguien recogerá viejos testimonios sobre las profesiones que han ido desapareciendo por distintas circunstancias y no tenemos dudas que será una tarea gratificante al reencontrarse con amarillentas fotografías de los herreros, carpinteros, peluqueros, panaderos, carniceros, lecheros, afiladores, relojeros, lustradores, zapateros, sastres, esquiladores, talabarteros, alambradotes y afiladores que en las primeras décadas del siglo pasado prestaban sus servicios a los pocos vecinos del rancherío inicial que iba surgiendo sobre la línea divisoria. Sin embargo y pese a la resistencia que sostuvieron durante muchos años, terminaron finalmente vencidos por la tecnología y los nuevos oficios incorporados por la sociedad de consumo.

No pretendemos hacer un relevamiento sobre las profesiones que van desapareciendo con el paso de los años, pero en breve “racconto” podemos en cambio recordar algunas que por su arraigo popular se habían integrado al folklore fronterizo. Entre muchas profesiones que han desaparecido y que tuvieron su relevancia cuándo promediaba el siglo pasado, se encuentran los repartidores a domicilio fundamentalmente los lecheros, panaderos y carniceros que diariamente y con suma puntualidad desempeñaban quizás sin saberlo un papel importante en la economía fronteriza. En algunas oportunidades y por causa de los dormilones o razones de trabajo la leche se dejaba junto a la puerta en recipientes y la confianza era tanta que algunos repartidores ingresaban hasta la cocina para dejar también la carne y el pan. Estaban también los vendedores de pescado con sartas colgadas en una caña y pregonando a viva voz el producto fresco. Como en aquellos años las heladeras eran muy escasas en el pueblo, existían los vendedores de hielo en barra, los que recorrían las calles anunciando su
mercadería. Otra de las profesiones que han desaparecido son los afiladores y sus pitos o flautas características, anunciando su presencia en procura de tijeras o cuchillos desafilados. También estaban los compradores de “fierros” viejos, vidrios y hasta chucherías que con algún arreglo volvían a vender. Estaban además los vendedores de frutas y hortalizas de sus propias chacras de campaña, sin ningún tipo de contaminación, puesto que la tierra por esos años no necesitaba de fertilizantes. Con los adelantos técnicos han desaparecido casi por completo lo vendedores de leña, derrotados por el supergás y la electricidad. También han desaparecido los vendedores de gallinas que llegaban todas las semanas desde la campaña con sus jaulas acondicionadas sobre los carros. Hace muchos años que no vemos los pescadores artesanales con las sartas de bagres colgadas sobre sus espaldas. Es posible que la falta de peces y fundamentalmente la baja remuneración que obtienen por el producto, haya determinado que buscaran otra profesión. Recordamos también a los vendedores de “mocotó” que recorrían las calles llevando una lata con dos compartimientos; uno para el “mocotó” y otro para el brasero. También estaban los jóvenes que recorrían los
comercios minoristas en horas de la mañana, recogiendo los pedidos de mercaderías que luego eran entregados en horas de la tarde en un carro tirado por un caballo. En algunas oportunidades llegaba a la frontera el hombre de la buena suerte y que ofrecía una caja conteniendo mensajes similares a los horóscopos , los que eran retirados por una cotorra y ofrecidos al cliente previo pago de 2 centésimos. Derrotados finalmente por los horóscopos con sus alertas sobre el destino, sustituyendo a la cotorra chillona y mal educada que nos alcanzaba con el pico el papelito colorido con su cuota de esperanza sentimental. Un recuerdo también para los vendedores de “cachorro-quente”, que no tenían puesto fijo, sino que recorrían el pueblo ofreciendo sus condimentados panchos. También estaban los mal llamados turcos que recorrían fundamentalmente la campaña vendiendo ropa, peines, espejos y todo tipo de chucherías. Una mención especial para los fotógrafos ambulantes con sus armatostes portátiles sacando las fotos de la felicidad, al final nadie posa en los momentos de tristeza. Aniversarios, casamientos, fiestas familiares y la tradicional pareja de novios que reclama su retrato para la posteridad. También se fueron las calesitas con sus caballos de madera, aviones y automóviles para una aventura que daba vueltas interminables y donde los niños eran los dueños del universo. Y por si esto fuera poco, justo a la hora de la siesta la corneta chillona del vendedor de helados. Son estos algunos de los eslabones suelto de aquella sociedad que vio desaparecer con pena, muchos personajes que estaban integrados al quehacer popular.