LA MANZANA, EL TERMO Y EL MATE |
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por Graciela Vera
Periodista independiente
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Todo comenzó a partir de la normal curiosidad por conocer los comercios del barrio dónde nos habíamos trasladado hacía pocos días.
Y la casualidad o ese especial don que poseemos la gente para ubicar aquello que subconscientemente estamos buscando, hizo que me acercara a una pequeña tienda de comestibles; un casi entre el antiguo almacén y el moderno autoservice y que en España se conocen por 'colmados', que también la casualidad hizo que hubiera sido abierto por los nuevos dueños hacía apenas una semana.
Me acerqué por un periódico que estaba sobre el mostrador de la caja y al estirar la mano la chica que se encontraba detrás me dijo, un poco para romper el hielo o quizás, entre tantas casualidades, porque teníamos que llegar a entablar conversación: "pensé que se iba a llevar el mate".
El termo y el mate estaban sobre el mostrador y extrañamente yo no había reparado en ellos. Digo que es extraño que no lo hiciera, porque esos dos elementos son los que me han permitido detectar a los pocos uruguayos que he visto en Almería.
De un termo y un mate a la pregunta clásica '¿de dónde eres?' no hay espacio de tiempo. Y enseguida llegan las presentaciones. Pero no las presentaciones normales sino las que identifican a los emigrantes. Importa más la nacionalidad que el nombre de cada uno que llegará después o quedará camuflado detrás de la identificación de un país.
"Soy argentina"…; "Soy uruguaya"…; "¿uruguaya?, mi marido es uruguayo".
Magali y Daniel están comenzando a labrarse un porvenir en Almería. Son de los emigrantes que pueden mirar el futuro con esperanza porque tienen sus permisos de residencia en regla.
No es sobre su situación legal sobre lo que estoy escribiendo, el tema principal es el termo y el mate y, aunque aún no hayan salido a escena, las manzanas.
Soy, estoy, vine, vivo, vivía, una serie de verbos que siempre conjugamos los que nos encontramos lejos del terruño y nos saludamos como si toda la vida hubiéramos sido vecinos de barrio, incluso compañeros de colegio.
Dónde se consigue yerba uruguaya, porque la argentina no tiene ese sabor tan peculiar que sacamos al mate los yorugas; un recuerdo por el dulce de leche de Conaprole, el Masini y el Postre Chajá; la añoranza por los cortes de carne que encontrábamos en las carnicerías de nuestras tierras. Son conversaciones comunes, parte del ritual de presentación, como la alusión al fútbol.
Los Trico… los Peña… a tanta distancia nos olvidamos de las rivalidades y sólo queda la bronca común por un cero - tres ante Perú en el lejano Centenario.
Lo que no es habitual en estos casos, es la invitación a mirar un cajón de manzanas.
Bueno… mirar, extasiarnos, comprar, llevar, probar, saborear, deleitarnos con un sabor agridulce que nos retrae a un paseo por la rambla de Pocitos; un domingo en la feria de Tristán Narvaja; la espera ante el semáforo de Bulevar y Rivera.
¡Cuántos recuerdos pueden aflorar atraídos por las papilas gustativas!
Es que aquellas manzanas, de cáscara verde, brillante; de cuerpo blanco y jugoso se pavoneaban en una caja que traía el rótulo de "URUGUAY", exportadas por Caputto y aquí vale nombrar la empresa que nos permite sonreír al decir con orgullo: "esto es lo que produce nuestra tierra".