Año II - Nº 98 - Uruguay, 01 de octubre del 2004
  1 Campaa Mundial Seguridad en la Red
 
- La derrota de Tabaré Vázquez
- Una luz en las tinieblas
- Mecenas y Mentiras
- Cuando un amigo se va
- Rocha se desnuda
- Por los pueblos de Almería: Una visita a Dalías y su entorno
- Herencia Artiguista
- ¿Si esta es la campaña, las ideas dónde están?

- Varias carreras muy necesarias

- Au Revoir Tristesse
- Gatúbela llega arañando a la cartelera montevideana
- Camarones Gigantes
- Las Propuestas de Nuestros Candidatos
- El rapto de Morgan
- Papá, cuéntame otra vez
- 13 de agosto 1927: Péricles Azambuja Historiador y Periodista ejemplar
- Anécdotas Bancarias: Puntos de Vista
- Deportivísimo
- Noticias de España
- Dimes y Diretes de la Política
- Espectáculos: La Movida Jóven I
- Música y Belleza
- El parque de la ilusión
- El sueldo del Presidente y las Autonomías Municipales
- Así Somos: Fiesta Nacional de la Primavera
- Sin más comentarios
- Ecos de la Semana
- Hurgando en la Web: Historia de Internet
- Bitácora Política
- Bitácora Uruguaya
- Información Ciudadana
- La Cocina Uruguaya
- Rincón de Sentimientos
- El Interior también existe
- Olvidémonos de las Pálidas
- Las Locuras de El Marinero
- Cartas de Lectores

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HERENCIA ARTIGUISTA
Por Juan Carlos Palacios

Todos salieron de sus casas con un mismo destino, un mismo propósito, un mismo objetivo. El punto de encuentro era el mismo. Algunos, era el décimo año que lo hacían; otros era la primera vez. Venían a caballo. Procedían de diferentes departamentos: Paysandú, Salto, Artigas, Tacuarembó, lavalleja, Durazno, Canelones, Florida, Montevideo, Río Negro. Orgullosamente lucían sus atuendos gauchescos.

Pertenecían a distintas aparecerías criollas. Quienes durante los días previos, circulaban por las carreteras nacionales, los veían cabalgar en grupos de seis, de nueve, de cuatro. Todos convergiendo hacia un mismo punto. Algunos venían solos, trayendo por delante una caballada. En algunos casos un fiel perro los acompañaba trotando junto al caballo.

Este sábado 25 de setiembre por la tarde, partimos de Salto en automóvil con mi esposa y tomamos por Ruta 3 hacia el sur. Al llegar a Chapicuy y tomar el camino hacia Oeste en dirección al río Uruguay, encontramos una importante concentración de vehículos. Allí, tres unidades de Policía Caminera ordenaban el tráfico. Una delegación de jóvenes se acercó a nuestro vehículo, saludó y le dijo a mi esposa, “señora este es el programa y esta es una bolsita para residuos”.

Avanzamos unos metros y encontramos a algunos amigos. Todos vestidos con indumentaria gaucha, descansaban de una larga cabalgata. Los que llegaban de Paysandú habían cabalgado durante dos días. Avanzamos unos metros y saludamos a un conocido vecino de la zona. Aguardaba a los jinetes que venían llegando; su tarea era indicarles, en campo de quien, debían llevar la caballada para descansar y pasar la noche. Más vehículos continuaban llegando.

Proseguimos hacia el río Uruguay; cruzamos con más grupos de jinetes y más caballos. El relieve se vuelve cada vez más ondulado. Por allá un solo jinete llevaba ocho caballos; su presencia me hizo pensar que podía tomar una buena fotografía. Por allí las elevaciones adquieren formas mesetiformes. Me adelanté y descendí con la cámara fotográfica en mano. El gaucho vino a mi encuentro, me preguntó donde estaba la escuela pues por allí debía desensillar y hacer descansar su tropilla. Le dije que la escuela había quedado un kilómetro atrás. Venía tan cansado que no la había visto.

Continuamos el camino, grupos de jóvenes y jovencitas también cabalgaban. Camiones, camionetas, automóviles, formábamos una espaciada caravana. En la curva en donde hay una imagen de la Virgen de los Treinta Tres, se dobla en ángulo recto y se comienza a transitar hacia el norte, en forma paralela al río Uruguay. A esta altura parece que todos nos apresuramos en llegar. Esos pocos kilómetros que restan lo hacemos con ansiedad. Al cruzar el arroyo Chapicuy, vemos algunos gauchos descansando a la sombra del monte ribereño y dándole agua a sus caballos.

Cruzamos el mataburro e ingresamos al sitio sagrado. A medida que avanzábamos veíamos campamentos por doquier. Elegimos un sitio para dejar el automóvil y comenzamos a recorrer los campamentos de las aparcerías que en un número de más de sesenta tenían su lugar asignado.

Varias ya estaban con el campamento armado, el fogón encendido y sus banderas y estandartes izados. Otras estaban descargando de los vehículos, carpas, aperos, abrigos, bebidas, comestibles, sillas, parrilla. La mayoría de ellas estaban integradas por varias familias. En diversas aparcerías, las mujeres estaban amasando y los hombres junto al fuego freían las tortas fritas. Al pasar junto a ellos y saludarlos, el fogonero se acercaba diciendo, “señora, si desea agua caliente, alcánceme el termo”.

Por allá se escuchaba un acordeón, por acá una guitarra. Polcas, chamarritas, un vals criollo. Pero los vehículos nos cesaban de llegar. Modernas camionetas 4x4, viejas Studebaker y los más diversos vehículos continuaban arribando cargados de gente. Temprano ya se aprestaban a cocinar.

Los fogones estaban bien encendidos. En ellos varias calderas de lata. En la olla de hierro hervía el ensopado. En la parrilla varias tiras de asado y otras tantas ruedas de chorizo.

Llegó la noche y en la enramada principal comenzaron las actuaciones. Numerosos concurrentes se aglutinaban en torno escenario. Pero en los campamentos, continuaba la animada conversación entre amigos y familias. El mate pasaba de mano en mano. Otros ya estaban en el vino y en las ruedas de truco estallaban las risas. Hábiles contadores de cuentos divertían a la paisanada.

A las diez de la noche, como si alguien hubiera dado una orden, todos estábamos cenando. Tomamos algunas fotografías de este particular momento. Del campamento vecino nos invitaron con un costillar de borrego. De aquí se llevaron un poco de ensopado.

Así fue transcurriendo la noche. La vida en los fogones cada vez estaba más animada. Pasada la medianoche, ya estábamos en domingo y la diversión era generalizada. A las tres de la madrugada, apagaron todas las luces. Era hora de dormir, pues al amanecer, de cada campamento, algunos de sus componentes, debían salir para sumarse a la columna de jinetes que a media mañana ingresaría con su aparcería a la meseta.

Y así fue. Al amanecer se avivó un poco el fogón, se tomó unos mates y comenzaron a marcharse. Debían partir hacia los distintos
establecimientos en donde cada aparcería había dejado sus caballos.

Desde temprano continuaban arribando incesantemente más y más vehículos, Decenas de ómnibus de todas partes ingresaban estacionando uno junto al otro, en el lugar ya establecido. Centenares de automóviles y camionetas procuraban un lugar para estacionar. Multitud de familias descendían y se iban ubicando en distintos lugares. Muchos venían con sus sillas plegables. En la corona de la meseta nos íbamos instalando en lugares desde los cuales podíamos tener una buena vista de lo que sería el
ingreso de la columna de jinetes. Allí conversábamos con familias de distinta procedencia.

Junto al monumento, las banderas lucían hermosas flameando ante la suave brisa del norte. La Banda Municipal de Paysandú, ejecutaba un repertorio adecuado. Efectivos de Prefectura y del Ejército aguardaban en el lugar. Cámaras de televisión de distintos medios nacionales y departamentales, estaban instaladas en lugares estratégicos. Conocidos conductores de programas radio y televisión también estaban presentes. Junto a las autoridades departamentales de Paysandú, también estaba el Gobernador de la Provincia de Santa Fé.

El día no podía estar mejor. El sol brillaba. La temperatura era agradable. Desde la parte superior de la meseta, mediante binoculares podíamos observar la extensa columna de jinetes que se acercaba por el camino en dirección al histórico predio.

De pronto, por el sendero abierto entre los árboles, asoman los primeros de aquella larga formación. Miles de expectantes ciudadanos que se aglutinan sobre el camino, los reciben con caluroso aplauso. Entre los jinetes gritos de euforia y de entusiasmo.

La vanguardia de la columna se acerca y comienza el ascenso por el empinado camino hacia la cima de la meseta. Allí es donde los espera el grueso de los asistentes. El suelo tiembla ante el pasaje de la caballada. Cada aparcería lleva las banderas nacionales y la suya propia. Varias visten colores que los distinguen. Algunos lucen ponchillos de un mismo color. Vemos jinetes de todas las edades. Pero nos emociona ver a aquellos que llevan a sus pequeños hijos de dos y tres años cabalgando con ellos. Incesantemente tomamos fotografías.

Enorme entusiasmo nos trasmiten los jóvenes y jovencitas que acompañan a los mayores. Algunos tienen su propia aparcería. Cada tanto vemos a gauchos acompañados de un perro que ingresa a la meseta corriendo junto al aballo de su amo. Fueron más de mil cuatroci,entos los jinetes que este año participaron de la marcha del Encuentro con el Patriarca mientras que el total de personas que se congregó fue estimado entre quince mil y veinte mil personas.

El espectáculo que ofrece el ingreso de los jinetes es sencillamente imponente. Todos se ubican al sur del monumento. Al ingresar el último jinete, comenzó el acto propiamente dicho. Se entonan las estrofas del Himno Nacional Uruguayo, del Himno Nacional Argentino y del Himno de Paysandú. La parte oratoria es encendida y tiene una extensión apropiada.

Al culminar el acto, se inició el descenso. Cada cual a su campamento. Encuentros de unos y otros que se saludaban. Alegría desbordante y contagiante de todos aquellos que tomaron parte en el desfile gaucho. Los familiares y amigos los recibían en los fogones. Otros les desensillaban los caballos.

En los fogones ya se prepara el almuerzo. Todos buscamos una sombrita para pasar el mediodía. Algunos ya comienzan a retirarse; seguramente son los que han venido de más lejos.

También nosotros resolvemos venirnos. ¡Que buen momento hemos vivido! Al tomar el camino vemos a distintos grupos de jinetes regresando a sus casas. La marcha es alegre, en sus rostros se refleja una gran satisfacción. Al cruzarnos, desde el automóvil los saludamos. Tomamos las últimas fotografías y nos vinimos.

El Encuentro con el Patriarca constituye un espectáculo único. Allí se observa a miles de personas compartiendo dos jornadas de nativismo en torno a la memoria del prócer, pero a la vez disfrutando de gratos momentos de compañerismo y genuina amistad. Todos participan de un mismo espíritu. Es la “herencia artiguista.”